Alfaguara. Madrid (2002). 220 págs. 15,95 €.
Es probable que los amantes de la música culta coincidan con Goethe en que Dios creó a Bach para distraerse en la eternidad. Sin duda lo creen un grupo de científicos y de estudiosos del genial compositor alemán, que no renuncian a nada con tal de reproducir, dos siglos después de su muerte, una réplica de potencia creadora similar.
Una cinta de casete contiene una interpretación, como nunca antes se había ejecutado, de la obertura que da título a la novela. Un famoso pianista de once dedos ha desaparecido. Con estas pistas se inicia una vertiginosa investigación que quizás dé al traste con un ambicioso proyecto biotecnológico, melomaníaco y siniestro, basado en el apropiacionismo (el intérprete reproduce las condiciones en las que el creador dio luz a su música) y en las posibilidades de la biología celular.
Con una trama más aligerada y menos compleja que la de su anterior novela, Sólo una cosa no hay (ver servicio 178/00), Luis Manuel Ruiz (Sevilla, 1973) reincide en la fórmula de bestseller culto que tan buen resultado está cosechando en España (Pérez-Reverte, Matilde Asensi, Pedro Jesús Fernández…).
Con toda fórmula, aunque exitosa, ocurre que acaban por conocerse demasiado sus factores y la capacidad de sorpresa se va debilitando de una novela a otra: los clichés, el golpe de efecto que busca siempre la última línea de cada capítulo, la falta de matices en la caracterización de los personajes, el hecho de que el más malo es muchas veces el que menos se espera, etc., acaban adormeciendo el interés del lector. Sin embargo, pese a todo, este tipo de literatura tiene su interés, sobre todo para un público poco lector. En el caso de Luis Manuel Ruiz, se añade la novedad de prescindir de las escenas de sexo y violenta morbosidad que suelen incluir las obras de este género, por si no fuera suficiente reclamo todo lo anterior. Obertura francesa es además una invitación a profundizar en la matemática, ritmo y geometría que relaciona las notas musicales para producir belleza, y una valiente reflexión sobre los límites de la ciencia.
Javier Cercas Rueda