“¿Por qué tenemos tanto miedo a la debilidad de la fe cristiana en el mundo actual?”, se pregunta Tomáš Halík, sacerdote checo, antiguo disidente del comunismo y premio Templeton en 2014. En Paradojas de la fe en tiempos posoptimistas (Herder), una obra de carácter espiritual más que teológico, toma pie de la crisis religiosa actual para profundizar sobre lo que significa la creencia cristiana, pero criticando con contundencia las soluciones fáciles.
Tanto las propuestas que animan al cristiano a amoldarse a los cambios culturales y a sortear los dogmas o la tradición, como las que promueven una vuelta a tiempos premodernos, resultan para él superficiales, por no captar que el supuesto apuro que atraviesa el cristianismo es una oportunidad providencial para acendrar la espiritualidad de los creyentes.
Lo que agoniza, para Halík, no es el cristianismo, sino cierta forma de religión a la que nos habíamos habituado: una fe segura que se construyó al amparo del deísmo moderno y que concibe a Dios casi como una herramienta para apaciguar la inquietud ante el misterio. Es esa fe teórica, que nace de la aceptación de un sistema y que huye de lo incomprensible, o sea, la creencia engreída de que es posible “explicar a Dios”, la que está hoy, afortunadamente, en crisis.
Lo que agoniza, para Halík, no es el cristianismo, sino una forma de religión que pretende superar el misterio
La religión no es, dice Halík, un refugio ni un auxilio para las inseguridades del hombre de hoy. Si así fuera, constituiría un remedio simplemente humano, una terapia engañosa. Frente a esta concepción, la fe “débil” o “pequeña” que defiende Halík entronca con la profundidad del misterio; es una fe que no oculta un sistema ideológico ni se empeña por suprimir la paradoja que comporta el mensaje cristiano; una fe que huye de las soluciones fáciles y no es presuntuosa. Se propone como un viaje personal “hacia la hondura de la existencia”.
La fe no opera al nivel de las ideas o los sentimientos, dice Halík, sino en el plano, más profundo, de la vida. “La fe consiste –explica– en la orientación de nuestra existencia, en nuestras actitudes vitales básicas, no en lo que sustentamos en el nivel superficial de nuestro pensamiento, donde habitan nuestras ideas y nuestras opiniones sobre esto o lo otro”. Esta fe, humilde ante el misterio, sostiene Halík, constituye un antídoto contra el fundamentalismo y las tentaciones sectarias y excluyentes. Pero no supone renunciar a la pretensión de verdad del cristianismo ni a suscribir con complicidad el relativismo posmoderno.
Halík porpone, en suma, desafiar tanto el pesimismo como el optimismo para mirar el futuro desde la esperanza cristiana. Y la esperanza, en definitiva, es un don de Dios que lleva a captar toda situación, también las incomprensibles, siempre como abiertas.