Mark Lilla, profesor de Pensamiento Social en la Universidad de Chicago, podría ser considerado un genuino discípulo del pensador liberal Isaiah Berlin. Aunque éste prestó mayor atención a los pensadores del XIX, estas semblanzas de intelectuales del siglo XX –Martin Heidegger, Walter Benjamin, Carl Schmitt, Alexandre Kojève, Michel Foucault y Jacques Derrida– van en la línea de la tarea intelectual de Berlin. En cualquier caso, ambos coinciden en vincular la filosofía y la vida pública, o, por decirlo de otro modo, la ética y la política.
Toda una serie de «ismos» socio-políticos –marxismo, totalitarismos, postmodernismo– despreciaron este vínculo en aras de soluciones «perfectas», y algunos intelectuales, en nombre del compromiso o de la utopía, abrazaron estos credos como si hubieran encontrado la piedra filosofal. En consecuencia, adoptaron una actitud comprensiva hacia los experimentos de ingeniería social, aunque supusieran efusión de sangre, y sin que por ello dejaran de imaginarse que eran excelentes filántropos. Las buenas intenciones bastaban para justificarlo todo, pero dejaban a esos intelectuales inmersos en un relativismo moral.
Ese relativismo ha sido capaz de vaciar de contenido todos los discursos sobre instituciones democráticas, Estado de Derecho y libertades cívicas, y ha favorecido la aparición de intelectuales «filotiránicos», tal y como los llama el autor. Algunos de ellos supusieron incluso que podían influir sobre los tiranos, moviéndoles a cambiar de conducta, pero Lilla pone de relieve su fracaso, similar al de los tres viajes de Platón a Siracusa para hacer entrar en razón al tirano Dionisio.
Lilla no cae en el recurso fácil de descalificar a los intelectuales analizados, resaltando sus defectos externos. Antes bien, lo que critica es su incoherencia, ingenuidad, falta de conocimiento personal, vanidad, irresponsabilidad, falta de humildad intelectual. En definitiva, coincide con Sócrates en que a veces al buscar el bien, se puede servir involuntariamente al mal. Son las consecuencias del relativismo moral que afloran en estas semblanzas.
También es curioso, pero no sorprendente, que estos «filotiránicos» de izquierda y derecha tengan muchos puntos de convergencia. Berlin los habría incluido en su lista de «enemigos de la libertad».