Mariolina Ceriotti Migliarese es médico y neuropsiquiatra infantil, con décadas de ejercicio en la sanidad pública italiana. Por su consulta privada de psicoterapia han pasado cientos de adultos y parejas con dificultades. Como dicen en su familia, es “una doctora que cura las tristezas”, y de ella cabe afirmar que, además de maestra, es también testigo de lo que escribe, ya que a su aquilatada experiencia de campo añade su sabiduría como esposa, madre de seis hijos y abuela de siete nietos.
Este nuevo libro recoge en buena medida lo ya expuesto en otros. Para empezar, el título evoca los dos precedentes acerca de las “imperfecciones” de la familia: La familia imperfecta (2019) y La pareja imperfecta (2021). En ellos, la autora reclama una mirada esperanzada y llena de sentido común sobre nuestros defectos, compatible con el deseo de mejorar y superar las crisis. En cuanto al formato, sigue el mismo estilo de capítulos cortos de El alfabeto de los afectos (2022), donde muestra el potencial que albergan las emociones y los sentimientos como reveladores de la interioridad y su capacidad para orientar la existencia.
Pero donde la autora deja ver especialmente este sentido de compendio y desarrollo de la madurez de su pensamiento es en los temas. En ellos vuelca reflexiones en las que no busca ofrecer soluciones (mucho menos, recetas), sino mostrar un modo de pensar que disponga a situarse mejor ante las luces y sombras que albergan la familia y la educación. Encontramos en este ensayo lúcidas páginas acerca de la familia como lugar de las diferencias y de las relaciones entre iguales y entre las distintas generaciones; la educación desde el vínculo y como una vocación, no como una actividad; la recepción del hijo desde el asombro y la gratitud, no desde el deseo ni la planificación; la centralidad del matrimonio en la configuración de la familia; o el dolor, la muerte, las heridas afectivas y la posibilidad de reparar las relaciones.
Son estas imperfecciones las que permiten dotar de plena humanidad a la vida. Como la autora suele repetir con frecuencia, su objetivo es recordar que educar no es una cuestión para especialistas, quienes pueden disponer de herramientas, pero carecer de lo esencial, el vínculo. Por eso Ceriotti busca devolver la educación a su cauce doméstico, a esa capacidad innata que tienen los padres para ser los primeros educadores de sus hijos, invitándolos a redescubrirse entre ellos y redescubrir al hijo como una grandiosa oportunidad de crecimiento, con la condición de acoger la vida con gratitud y la tarea educativa con pasión y esperanza.