Alianza. Madrid (1996). 177 págs. 1.300 ptas.
Marías se apoya aquí en ideas ya conocidas por sus lectores: la vida como proyecto, la condición «futuriza» del ser humano, nunca acabado y siempre haciéndose en su circunstancia… Pero avanza en la reflexión analizando de forma directa y monográfica la persona, donde se da el hallazgo de todas esas nociones y que viene a ser el foco en que converge el pensamiento del autor.
Marías pide al lector que piense con él, prescindiendo de ideas recibidas. Antes de sentar tesis, quiere partir de la evidencia afrontando lo que le sale al paso. La razón, dice, es que la persona, aun siendo la realidad más próxima, es muy difícil de verter en conceptos. La abordamos armados, sobre todo, de nociones de «cosas», incapaces de dar cuenta de ella.
Todo lo que una persona es, tanto en lo biológico como en lo psíquico -valga decir: su naturaleza específica-, no dice quién es. Forma parte de ella, pero no la define. Sabemos quién es alguien si conocemos su vida. Esto exige abandonar el «sustancialismo»: entender la persona como su sustrato (Marías anota que el error no se debe tanto a la noción aristotélica de sustancia cuanto a las malas interpretaciones). Pero tampoco satisface el «funcionalismo», que reduce la persona a sus actos: uno no permanece siendo lo mismo a lo largo de su existencia, pero siempre es el mismo en todas sus vicisitudes.
En suma, se descubre a la persona en su vida, por lo que la narración es la forma adecuada de considerarla. Pero la biografía no es una colección de hechos; está llena de «irrealidad»: el pasado vivido, lo que podría haber sido, el futuro sobre todo -«presente» en las ilusiones y los proyectos-, el horizonte de la propia muerte… Sin todo eso, el relato sería ininteligible. De ahí que el empirismo y el materialismo no logren revelar la persona.
Lo anterior implica que la persona por fuerza se entiende a la vez en su circunstancia y en referencia a una idea proyectiva distinta de lo que de hecho es y que da la clave para interpretar la vida. La persona humana, perpetua apertura y anticipación, es también limitada, lo que puede esclarecer, según Marías, el sentido de su descripción como imago Dei: «imagen finita de la infinitud».
Por tanto, la condición de persona, nativa en todo ser humano -aun en el que apenas ha vivido-, está llamada a desarrollarse. Y, como toda posibilidad, también se puede frustrar más o menos, con la complicidad de uno mismo. Caben diversas formas de «despersonalización»: centrar la vida en los aspectos impersonales, como el bienestar o el poder; el dejarse llevar y el gregarismo; sustituir el amor de persona a persona por el elemento sexual; el dejar de plantearse la cuestión sobre el destino tras la muerte… Contra las más vigentes de ellas en nuestra época advierte Marías repetidamente.
Rafael Serrano