Este libro es un resumen de los doce volúmenes de las Actas y Documentos de la Santa Sede relativos a la Segunda Guerra Mundial, que se fueron publicando entre 1965 y 1982. La labor recopiladora es del historiador jesuita Pierre Blet (1918-2009), junto con otros tres religiosos de la Compañía.
La obra pretende salir al paso de esa leyenda negra urdida contra Pío XII hace medio siglo, y propagada por medios de comunicación y libros sensacionalistas. El centro de la crítica radica en acusar al pontífice de haber guardado silencio sobre las atrocidades del nazismo durante la contienda, una crítica que no existía en los años inmediatos de la posguerra, en los que la Orquesta Filarmónica de Israel actuó en el Vaticano o en que Golda Meir envió un telegrama de condolencia tras la muerte del Papa.
A pesar de todo, unos prejuicios obstinados persisten en calificar al Papa Pacelli como complaciente con Hitler, acusación no sostenible por parte de cualquier historiador riguroso, de esos que no se han dejado embaucar por la difusión de obras como El vicario de Rolf Hochhuth. El principal argumento de los detractores de Pío XII es la existencia de una diplomacia secreta o la atribución al pontífice de determinadas intenciones, pues habría callado por cálculo político o pusilanimidad. El general De Gaulle, recibido en audiencia por el Papa poco después de la liberación de Roma por los aliados, decía al respecto que Pío XII juzgaba las cosas desde un punto de vista que trascendía los hombres, sus sucesos y sus conflictos. Esa visión trascendente, recordaba Blet, explica la complejidad de comprender a fondo la política y la personalidad del pontífice.
El método del autor para pasar de la leyenda a la historia es recurrir a los documentos originales, y esto explica que Pablo VI pusiera a su disposición los archivos vaticanos e impulsara la publicación de los documentos. En el libro se resaltan los esfuerzos de Pío XII por salvaguardar la paz y limitar el alcance de la guerra, como demuestran sus acciones por evitar que Italia entrara en la contienda al lado de Hitler. Fue además un gran crítico del régimen nacional-socialista, pues había conocido sus orígenes en sus años de nuncio en Baviera, y desarrolló una incansable, y muchas veces discreta, labor a favor de las víctimas de la guerra.
Blet nos recuerda que el silencio público del Papa iba acompañado de una acción secreta a través de las nunciaturas y las sedes episcopales para intentar impedir las deportaciones en masa de civiles, lo que fue acompañado de cierto éxito en países como Rumanía, Eslovaquia, Croacia y Hungría, países vasallos de la Alemania hitleriana y con algún grado de autonomía, aunque los esfuerzos pontificios resultaron infructuosos en los países europeos ocupados directamente por los alemanes. Se destaca además que Pío XII multiplicó sus esfuerzos por salvar a Roma de los bombardeos aliados que, finalmente, tuvieron un alcance limitado, y, por otra parte, que no pocos miembros de la comunidad judía romana encontraron refugio en edificios eclesiásticos, incluidos conventos de clausura.
¿Podría haber hecho más Pío XII de lo que hizo? Blet nos recuerda que esta pregunta pertenece al ámbito de las suposiciones, no al de los hechos. Lo que está demostrado es que la Santa Sede extendió su acción caritativa a todas las víctimas de la guerra, sin distinción de nacionalidad, religión, raza o partido.