Visor. Madrid (1996). 79 págs. 800 ptas.
Se podría decir que la trayectoria poética de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) ha sido la de la última poesía española. Comenzó como poeta culturalista: los libros y sus héroes importaban más que la vida. Después evolucionó hacia lo que se ha dado en llamar poesía de la experiencia, la corriente más en boga actualmente: lo cotidiano y sus miserias se enfocan con un tono deliberadamente menor e irónico, estilísticamente muy trabajado. La crítica le concedió su prestigioso premio en 1985 por La caja de plata.
Las seis secciones de Por Fuertes y Fronteras son una recapitulación de su poesía. El título, tomado de San Juan de la Cruz, sugiere que en cualquier camino se puede vivir la vida: «en la calle y en el silencio de tu biblioteca». Sin embargo, esta nueva entrega se revela en ocasiones más intimista y también más desolada, «un grito (o un susurro) de angustia y soledad».
Luis Alberto de Cuenca convierte, con mucho humor, lo cotidiano en materia poética y, al contrario, vuelve cotidiana cualquier mitología, como en «Teichoscopia», «Cenicienta», «Rojo y negro» o «La princesa y el dragón». Reinterpreta, con un punto de maldad e ironía excesiva, el tópico del carpe diem. O cuenta preciosas y terribles historias de droga y desengaño. O habla, y mucho, de amor y del «libro de las mujeres que han escrito mi vida». Y reza un «Ave María» o sutilmente reflexiona sobre «Religión y poesía». O recuerda emocionado a su madre en «Navidades de 1995» y en «La flor azul», poema que cierra el libro.
A esto se añade el dominio del ritmo poético. Casi cualquier medida (especialmente el endecasílabo), estrofa o ritmo brillan en los poemas de Luis Alberto de Cuenca. Todo al servicio de un irónico distanciamiento, de un elegante pudor que, abierto en más ocasiones que en otros libros, habla de un corazón «consumido de pensar», «limando los barrotes de tu melancolía».
Pedro L. López Algora