Alianza. Madrid (2004). 180 págs. 13 €. Traducción: Dolores Mascarell Pellicer.
Elisabeth Badinter, profesora de Filosofía en la Escuela Politécnica de París, estudiosa del movimiento feminista, piensa que el feminismo en los últimos quince años ha tomado un mal camino. Badinter se reconoce en el feminismo de los años 70 y 80, cuando la mujer irrumpió masivamente en territorios hasta entonces masculinos, y se convirtió en una mujer más fuerte, segura de sí misma, dispuesta a desempeñar su papel de igual a igual con el hombre. Los avances de aquellos años fueron reales, pero han tropezado con una inercia social -horarios de trabajo, reparto de tareas domésticas…- que impiden la ansiada igualdad.
Este desencanto ha dado paso a un feminismo distinto, radical y victimista. Este feminismo, sobre todo de cuño americano, presenta una imagen de la mujer como víctima de la dominación masculina; en todas partes, las mujeres son víctimas, reales o potenciales, de la violencia y la opresión del hombre, y por tanto necesitan la protección especial de las leyes.
A Badinter le enerva esta actitud, que a su juicio desacredita al feminismo e impide una relación armónica entre hombres y mujeres. Con ironía, muestra las exageraciones de las cifras sobre violencia doméstica que se dan en Francia, una amalgama de presiones psicológicas y físicas que lleva a asegurar que el 10% de las francesas son maltratadas (en España la misma confusión eleva el porcentaje al 11%). Badinter reconoce la existencia de situaciones de maltrato, pero como un fenómeno que refleja la patología social y psicológica, no la verdad de las relaciones entre los sexos. Por otra parte, niega que hombres y mujeres constituyan bloques separados, cada uno de los cuales hablaría con una sola voz. En realidad, «hay muchas menos diferencias entre un hombre y una mujer del mismo estatus social y cultural que entre dos hombres o dos mujeres de medios diferentes».
Elisabeth Badinter mantiene que hay que luchar para ganar la igualdad con los hombres, no contra ellos. El varón no es un enemigo que hay que abatir, sino un compañero al que hay que implicar en el cambio. Contra todo diferencialismo, Badinter subraya que lo que une al hombre y a la mujer es más fuerte que lo que les separa; enemiga de la «paridad» por ley, hace hincapié en los cambios que favorezcan una igualdad real de oportunidades.
Este ensayo es una decidida reacción contra ese tipo de feminismo que echa mano de estereotipos y crea una nueva barrera entre los sexos. No hay que olvidar que esta crítica parte de una filósofa alérgica a cualquier estereotipo sexual, recelosa de todo lo que pueda ser un freno en la carrera profesional de la mujer -desde el trabajo a tiempo parcial al instinto maternal o las ventajas de dar el pecho al bebé- y que entre los avances del feminismo incluye tanto la independencia económica como el aborto. Para Badinter, más que la colaboración entre hombre y mujer para sacar adelante una familia, lo importante es que ella no se quede atrás en términos de poder. Su rechazo del «moralismo» en la sexualidad, le lleva también a separarla del amor. Pero en este ensayo tales cuestiones se dan por supuestas, mientras que el blanco de las críticas es ese feminismo victimista.
Ignacio Aréchaga