Sílex. Madrid ( 2002). 173 págs. 11,90 €.
Puede sorprender el título de este libro en un momento de afluencia masiva a las colecciones históricas en los museos europeos y americanos de cierta entidad. Sin embargo, muchos profesionales comienzan a preguntarse: ¿cómo atraemos a los visitantes?, ¿qué les ofrecemos?, ¿vuelven?, ¿disfrutan realmente? Recientes estudios sobre sociología del turismo de masas aseguran que las visitas culturales, por lo general, no aportan al sujeto una sensación de disfrute. Muchos están más preocupados por conseguir la prueba de que simplemente han estado allí.
Juan Carlos Rico, profesor de Arquitectura, doctor en Arte Contemporáneo y conservador de Museos, dedica la primera parte de este ensayo a reflexionar sobre la función de los museos y el sentido de una exposición en el siglo XXI. Frente a los criterios exclusivamente cuantitativos que generalmente se toman como prueba del éxito o fracaso de una exposición (el número de visitantes), se plantean criterios cualitativos: en qué condiciones realizamos la visita y, sobre todo, qué grado de satisfacción o de disfrute obtenemos.
Rico defiende el ocio activo, es decir, la idea de disfrute como fin pero no la pasividad, habida cuenta que la experiencia estética exige siempre un esfuerzo, una educación de la sensibilidad para conseguir que la relación del visitante con la obra expuesta sea lo más abierta y rica posible.
El autor dedica la segunda parte del libro a analizar esta pérdida de diálogo entre sujeto y objeto, y a plantear una serie de experiencias ensayadas en museos europeos, americanos y, destacadamente, asiáticos. Es tarea de arquitectos, diseñadores, teóricos, artistas y equipo técnico el tratamiento de los espacios expositivos, la confortabilidad de los museos para hacer frente al cansancio físico y psicológico del visitante.
Rico plantea también algunos fenómenos que afectan a las instituciones culturales y que se acentúan con los años. Se observa, por ejemplo, que cada vez más público acude a las exposiciones temporales organizadas por un museo y menos a visitar la colección permanente de ese mismo museo. Sin duda las primeras son objeto de mayor teatralización y dinamismo en los montajes, con importante presencia de medios tecnológicos más atrevidos y una adecuada cobertura informativa y publicitaria. Así, la solución podría venir de la aplicación de criterios similares a las colecciones estables.
Otros temas de interés que se abordan en esta obra son las relaciones entre arquitectura de los museos y obra expuesta, cuando la espectacularidad del edificio -caso Guggenheim de Bilbao- eclipsa a las piezas mostradas en el interior. Trata asimismo del potencial del paisaje, natural y urbano, como contenedor plástico. Desde acciones muy llamativas, como los edificios envueltos de Christo, a propuestas más modestas pero igualmente eficaces para que el ciudadano disfrute artísticamente de su entorno mientras lo usa, como el tratamiento estético del mobiliario urbano, la organización visual de todo ese caos de carteles, fotografías, publicidad, símbolos y neones de las grandes ciudades.
El libro está salpicado de citas y preguntas abiertas que suscitan en el lector la duda de si se ha convertido también en un consumidor cultural. Tal vez sea este el principal argumento para invitar a la lectura de la obra: su capacidad para hacernos reflexionar.
Margarita Sánchez