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Porque te educo, (me) arriesgo

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (2017)

Nº PÁGINAS256 págs.

PRECIO PAPEL15 €

No es que la educación sea una actividad de riesgo, sino que para educar hay que arriesgarse, hay que arriesgarlo todo. No valen las medias tintas, no se puede nadar y guardar la ropa, no existen vacaciones ni medias jornadas. Tanto el educador como el educando se ponen en riesgo: uno, porque tiene en las manos una posibilidad trascendente, y el otro, porque encarna esa posibilidad.

Ya en su primer libro, Porque te quiero, te educo, el profesor Jesús García había apuntado que las relaciones personales son esenciales para educar. Ahora toca andar en esa dirección, la cual nos lleva a reflexionar y a actuar. Porque las reflexiones deben ir acompañadas de sugerencias y, en la medida de lo posible, de recomendaciones –que no recetas–, se apresta a apuntar.

El autor confiesa una fascinación obsesiva por la reflexión educativa encaminada a la acción. El anhelo por educar debe ir asistido de una precisa y determinada decisión de ayudar de forma concreta a los otros; de lo contrario, se queda en agua de cerrajas. Ese es el compromiso de los padres y educadores, ese el riesgo: el salto de la reflexión a la acción, de la teoría a la práctica, de la pedagogía de libro a la plasmación en dinámicas eficaces y específicas.

El fin de la educación es el deber ser. Por eso, no nos podemos quedar paralizados ante el vértigo que nos causa la situación educativa actual, que el autor describe como desdibujada y vacilante; un paisaje borroso en el que los interrogantes son más que las certidumbres. La crisis educativa nos atenaza y las circunstancias en las que educamos son muy adversas. No obstante, en vez de lamentarnos, debemos dar un gran salto: el salto a la acción, un salto arriesgado que requiere de madres, padres y educadores valientes, enérgicos y fuertes, los auténticos mediadores entre el mundo real y el futuro de los hijos o alumnos; mediadores imprescindibles, activos, responsables y arriesgados.

En ese sentido, educar es un acto arriesgado, pero justamente por ello necesita de una reflexión previa sobre las características, los modos y las actitudes educadoras que podemos y debemos desarrollar. La educación es como un tapiz: necesita un soporte para tejer, un bastidor para afianzar, una urdimbre para sustentar los hilos y una trama que permita configurar un precioso tejido. El autor nos invita a entrar en el taller del artesano, a dejar de lado las lamentaciones, a arriesgarse y a luchar por crear algo nuevo.

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