Alianza. Madrid (1993). 350 págs. 700 ptas.
Katherine Mansfield (Nueva Zelanda, 1888-Francia, 1923) centró toda su actividad literaria en el relato corto, lo que no ha impedido que su nombre figure entre los grandes creadores de la literatura anglosajona. De su grandeza da buena prueba el hecho de que Virginia Woolf, la máxima figura del grupo de Bloomsbury, al que perteneció Mansfield, dijese de ella: «sus escritos son los únicos que me han hecho sentir envidia».
Mansfield trabajaba el cuento con la minuciosidad y la precisión del orfebre, de modo que cayó en una suerte de esclavitud que agotó su espíritu a los treinta y cuatro años pero floreció en un rosario de pequeñas obras maestras.
La presente edición presenta una inmejorable selección de relatos, encabezados por Preludio, su obra más destacada, y un buen prólogo de Dunstan Ward, autor de la selección, que pone en antecedentes sobre la vida y la obra de Mansfield.
Estos relatos se leen con codicia porque en sus breves líneas Katherine Mansfield ha puesto todo el vigor y la intensidad que tantas veces falta en novelas de centenares de páginas. Así, por ejemplo, en el primor de las descripciones, o en los retratos de personajes con los que apenas compartimos unos minutos de lectura pero que alcanzamos a conocer casi por completo: la familia Burnell en Preludio y En la bahía, reflejo de la propia familia de Mansfield; el cínico gigoló de Je ne parle pas français, uno de los relatos con final más incierto; el patético borracho de El viejo Underwood que ha pasado veinte años en prisión por matar en un arranque de celos a una mujer de la que sigue enamorado; la frívola de Felicidad perfecta, reflejo del eterno snob, estúpidamente feliz de una vida vacía, o Las hijas del difunto coronel, solteronas llenas de miedos y prejuicios.
José Emilio García Huertas