He leído recientemente, y seguidos, A contraluz, Tránsito y Prestigio, tres relatos de autoficción de la canadiense Rachel Cusk (1967). El orden es importante porque, aunque son libros que se pueden leer de forma independiente, si hubiera empezado por Prestigio –que tiene un desenlace áspero y deja un sabor de boca más amargo– no hubiera leído las primeras. En cambio, al haber comenzado por A contraluz –una magistral lección de literatura– sentí mucho interés por las dos siguientes.
La narradora, una escritora con igual vida personal, familiar y profesional que la autora, no tiene nombre en la primera novela y se la llama Faye a partir de la segunda. En A contraluz cuenta un viaje a Grecia de una semana para dar unas clases de escritura cre…
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