Con el auge de la cultura woke, los monumentos históricos son más vulnerables que nunca al escrutinio moral, y la sociedad se pregunta si algunos merecen su lugar en el espacio público. Keith Lowe, autor de Continente salvaje, indaga en su último ensayo en los cambios acaecidos en el significado de los monumentos erigidos para conmemorar la Segunda Guerra Mundial, tanto en Europa como en Asia y Estados Unidos. Prisioneros de la historia es un libro muy personal, en el que el historiador mezcla la interpretación artística de las obras con las repercusiones políticas y sociales de su creación.
A lo largo del libro, viajamos al monumento erigido en memoria del Cuerpo de Infantería de la Marina en Arlington, la Estatua de la Paz de Seúl, la tumba de Mussolini o el famoso balcón en el Museo del Holocausto de Jerusalén, entre otros. Pero más allá de ello, cabe afirmar que el ensayo aporta una reflexión interesante sobre cómo envejecen nuestros valores.
Según Lowe, la memoria desempeña un papel importante tanto en la identidad presente de una colectividad como en la futura. Desde este punto de vista, trata de mostrar que los monumentos no miran al pasado: son, más bien, expresión de una historia que sigue viva y continúa gobernando la vida de quienes forman de parte de una determinada sociedad, se quiera o no.
Además de abordar la cuestión de los monumentos, en Prisioneros de la historia subyace una reflexión sobre la heroicidad. Los héroes de una nación representan lo que sus individuos imaginan que son, pero los cambios en la opinión pública o en la cultura social, a medida que una comunidad absorbe a personas de diferentes clases, religiones o etnias, dificulta cada vez más la identificación con los protagonistas de la historia precedente. Eso explica que, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, en Europa se erijan más monumentos a las víctimas.
En Estados Unidos, en efecto, los monumentos son triunfantes; los europeos, en cambio, melancólicos; los estadounidenses, idealistas; mientras que los europeos –al menos de vez en cuando– tienden a la ambigüedad moral. Pero¿por qué en nuestra época es complicado creer en los héroes? El libro pone el foco en los medios de comunicación, en los escándalos y los numerosos casos de corrupción en quienes ejercen el liderazgo.
Lowe explica que la conmemoración pública del heroísmo fomenta la lealtad, la valentía y la fortaleza moral, virtudes que hoy escasean. Pero los monumentos de los errores, que recuerdan destrucciones o fracasos históricos, permiten recordar lo que se debe rechazar o los esfuerzos que se hicieron para restablecer el orden tras el caos, por ejemplo, de una guerra.
Por todas estas razones, para Lowe hay que lamentar la pérdida o desaparición de los monumentos. Aunque comprende las emociones encontradas que suscitan, cree que son documentos de un valor histórico incuestionable porque revelan los valores del pasado, tanto los positivos como los negativos. “Son curiosidades con el poder de inspirar y provocar todo tipo de debates. A menudo son también grandes obras de arte, que revelan un trabajo y una imaginación asombrosos. Echar todo esto abajo en aras de la política contemporánea me parece lamentable”.