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Puesto que todo está en vías de destrucción

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALPuisque tout est en voie de destruction. Réflexions sur la fin de la culture et de la modernité

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNGranada (2016)

Nº PÁGINAS116 págs.

PRECIO PAPEL16 €

TRADUCCIÓN

GÉNERO,

Cuenta Fabrice Hadjadj en la introducción de este volumen de conferencias el forcejeo que tuvo con su editor para que mantuviera el título Puesto que todo está en vías de destrucción, tomado de la segunda carta de san Pedro (2 P 3, 11). El pensador francés admite que no es “atractivo”: a muchos les parecerá pesimista, y ni siquiera sirve como eslogan pegadizo. Pero Hadjadj no es un vendedor de recetas fáciles. Lo que él persigue es un optimismo radical, fundado en la esperanza cristiana.

A decir verdad, el pesimismo se encuentra del lado de la cultura moderna. Como ha explicado en sus libros La profundidad de los sexos y ¿Qué es una familia?, no es el cristianismo el que intenta producir un superhombre animado “por un terrible odio a la carne y a la materia tales como nos han sido dadas”, sino el humanismo antropocéntrico, que primero sueña la posibilidad de “un hombre sin Dios” y luego la de “un hombre sin lo humano”. La modernidad, sostiene Hadjadj, tomó por bandera este humanismo.

Y así, prometió la esperanza al margen de Dios; el progreso basado “en la certeza de que el hombre tiene el poder de establecer por sus propias fuerzas un reino de justicia y de paz”. Esta certeza exigía conquistar para el hombre la libertad absoluta: no bastaba con suprimir de la cultura el sentido de lo religioso; hacía falta, además, eliminar cualquier vestigio de lo dado, empezando por la noción de naturaleza humana.

Lo paradójico de esta libertad que aspira a construir al hombre desde cero es que “ha conducido al aborrecimiento de lo humano”. Aquí radica, para Hadjadj, el signo más evidente del “hundimiento de los progresismos”: el hombre acaba asqueado de su capacidad para manipularlo todo a voluntad. De ahí la huida a las distintas “formas de aplastar lo humano” que representan los posthumanismos contemporáneos.

Y aquí es precisamente donde brilla con más fuerza el optimismo de la esperanza teologal: la destrucción de la esperanza mundana en el progreso permite al hombre tocar fondo y resurgir como el fénix de las cenizas. Volver a las cenizas, “a la arcilla, no para desaparecer, sino para ponerse de nuevo en las manos del Creador que modeló al primer hombre y le dio su extraordinaria naturaleza”.

El retorno al Creador tiene repercusiones concretas en los estilos de vida. Hadjadj las va desgranando a lo largo de estas conferencias. Supone sustituir la fe en el poder redentor del hombre por “el grito vertical” de la confianza en Dios; la manipulación por la acogida; el afán de dominio por la hospitalidad; la “logística del éxito” por la “lógica del encuentro” y de la comunión; la comodidad por “la alegría desgarradora de la ofrenda”.

La radicalidad de Hadjadj recuerda a la de otros pensadores franceses como Gustave Thibon o Léon Bloy. Su estilo impetuoso apela a lo esencial y pretende derribar, en primer lugar, los lugares comunes de los cristianos. En este libro, la modernidad solo es un blanco secundario.

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