La crisis de las economías asiáticas en 1997, y las subsiguientes turbulencias en países como Rusia o Brasil, pusieron de relieve la inestabilidad de la actual economía global. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué mecanismos de seguridad habían fallado? Ninguno. Porque, al menos entonces, no existían. Dos años después, en 1999, se han adoptado algunas medidas, pero economistas y políticos no han sido capaces de asegurar la estabilidad del nuevo sistema.
Según D.J. Johnston, Secretario General de la OCDE, si se quiere la globalización hay que convivir con la fragilidad. En el origen del problema hay demasiados factores y demasiado diversos (tecnologías de comunicación, flujo masivo de servicios, interdependencia cultural, concepciones políticas, etc.), como para poder controlarlos con un enfoque «economicista». Sería preciso elaborar una teoría de la complejidad, holista, de tipo general. Este es, precisamente, el reto que tienen planteado los científicos sociales. Uno de los sociólogos más conocidos de nuestro tiempo, el alemán Ulrich Beck, publica ahora en castellano un ensayo dedicado a la globalización. Beck, profesor de Sociología en la Universidad de Múnich, es asesor de los Verdes alemanes y, junto con Anthony Giddens y Scott Lash, está considerado como uno de los renovadores del pensamiento de la izquierda europea.
Errores del globalismo
Beck distingue en este libro globalización y globalismo. Por globalización entiende la existencia de «una sociedad mundial sin Estado y sin gobierno mundial»; un problema inevitable, pues es el fruto necesario de la evolución cultural y espiritual de Occidente.
Por globalismo entiende el intento de comprender la globalización desde una perspectiva simplista, considerándola como un fenómeno de naturaleza meramente económica. Así han razonado la mayor parte de los gestores del actual orden mundial, y por eso han tratado vanamente de controlarla de forma «apolítica» (mediante técnicas de gestión).
Beck intenta sintetizar una teoría que comprenda otras dimensiones no económicas de la globalización, cada una de las cuales ya había sido identificada y explorada por otros sociólogos.
La primera sería la globalización ecológica. Michael Zürn (Globale Gefährdungen und internationale Koperation, 1995) señaló que el problema ecológico representaba una amenaza novedosa: la civilización se pone en peligro a sí misma. El verdadero peligro para nuestra civilización no procede del espacio sideral en forma de meteorito, sino de las decisiones cotidianas en el ámbito científico, militar e industrial. Pero la conciencia de este nuevo peligro tiene también una cara positiva: la experiencia de un destino común, al que nadie puede sustraerse.
Global y local
Otra vertiente del problema se expresa en el término «glocalización», acuñado por Roland Robertson (Globalization, 1992), y que es la contracción de los términos «global» y «local», con la que se pretende condensar la siguiente regla de acción: «pensar globalmente, actuar localmente». Algunas entidades transnacionales, como por ejemplo Greenpeace, según Beck, pensarían globalmente, en términos de responsabilidad por el planeta, y ello les legitimaría para actuar localmente (oponiéndose, por ejemplo, a la tala de bosques tropicales). Por el contrario, algunos gobiernos piensan sólo en términos regionales, y no estarían legitimados, por tanto, para decidir arbitrariamente sobre «sus» bosques.
La glocalización tiene que ir unida a una «política policéntrica», en la que el individuo -convertido en verdadero cosmopolita- pueda participar en las decisiones sobre problemas que se plantean a muchos kilómetros de distancia. Para llevar esto a cabo, James Rosenau (Turbulence in World Politics, 1990) sugiere profundizar en la democratización de los actuales centros de política transnacional (entre los que se contarían realidades tan variopintas como la OTAN, las empresas multinacionales, el Banco Mundial, Greenpeace, la Unión Europea, Amnistía Internacional, etc.); y, por supuesto, dinamitar el concepto de soberanía nacional-estatal.
Por último, nos encontramos con el problema de la identidad cultural. Según Arjaun Appadurai (Globale Landschaften, 1998), las culturas locales, hasta hace poco fuente de identidad individual y nacional, ya no pueden soportar la tensión disgregadora que procede de los cinco agentes de la globalización: étnico, técnico, financiero, mediático e ideológico. Por poner un ejemplo, el agente étnico es la impronta que los grupos de turistas, inmigrantes, refugiados, trabajadores extranjeros, etc., dejan en una cultura local. Este efecto es creciente e imparable. Si a esto sumamos el cúmulo de ideas, imágenes y actitudes que llegan al ciudadano corriente a través de los otros cuatro agentes citados, se concluye que, frente a las tradiciones (familiares, locales, etc.), la verdadera protagonista en la formación de identidades va a ser, está siendo, la imaginación.
Algunas de las ideas de Beck parecen contradictorias, y el tono general de sus propuestas un poco utópico (como él mismo ha reconocido). El libro no es fácil de comprender, en parte, porque estamos ante problemas inéditos y hay que crear herramientas conceptuales también nuevas. Pero otra parte de esta dificultad posiblemente se debe al estilo literario de Beck, un poco rebuscado y farragoso, aunque sin llegar a los extremos de un Habermas o un Adorno.