Desde que ganara el Premio Adonáis en 1977, con Maneras de estar solo, Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) ha desarrollado una poesía coherente y sugestiva. Pienso que se trata de uno de los poetas españoles actuales más valiosos. En 2005, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica por La certeza. Buena prueba de lo dicho es este décimo poemario.
Una de las claves quizá sea que la poesía de Sánchez Rosillo no es hermética, lo cual no significa que sea facilona, porque la claridad profunda de sus poemas está muy elaborada, hasta conseguir el ritmo adecuado, con las palabras y las imágenes necesarias y sin concesiones a lo superfluo. Un buen ejemplo puede ser esta metáfora con la que el lector se topa en el poema “Las últimas cigarras”: “… Y quien, / al caer la tarde, escucha la monótona / ebriedad de sus toscas canciones de madera”, donde nos ofrece una imagen certera e inesperada y el uso del ritmo, de las palabras y de los sonidos adecuados, con los que el poeta trata de imitar incluso el oscuro chirrear de aquellos hemípteros…
Otro aspecto que hace especialmente atractiva la obra de Eloy Sánchez Rosillo es la capacidad de admirar, de contemplar, de cantar a la naturaleza y a la vida, de extasiarse, que logra transmitir, “porque el amor es sueño / y vivir es amor”; y esto, cuando nos vemos rodeados por tanto relativismo escéptico e incluso, muy a menudo, cínico, es como un premio para el lector, lo cual no quiere decir que se trate de una poesía ingenua o escapista, porque el poeta se enfrenta también a la muerte, al dolor, al misterio, al paso del tiempo, pero nunca con sentido derrotista y pesimista, siempre con gratitud y esperanza.
Por esto estamos ante un canto alentador y de bellísima factura, en el que la luz, el mar, el aire, la naturaleza, pero también los pequeños quehaceres y sucesos cotidianos, los encuentros, las separaciones, los recuerdos adquieren un denso significado, a menudo elegíaco, de unidad y armonía que el poeta nos ayuda a descubrir.