Precht, joven filósofo alemán que también ejerce como periodista, se embarca en un viaje alrededor del mundo del conocimiento filosófico. Las distintas etapas de su trayecto son las ciudades en las que vivieron los autores de los que habla (Viena, Boston, Madrid…). El motivo de su viaje no es histórico, sino el de replantear -con un lenguaje actual y entretenido- buena parte de las grandes preguntas que se viene haciendo el hombre desde que es hombre.
En realidad, y aquí encuentro una de las causas principales por las que la obra de Precht me parece fallida, el número de preguntas que se plantea es tal que al lector, al poco tiempo de comenzar la lectura, le saltan las alarmas de si no se encontrará ante un libro demasiado superficial, ante un expendedor de temáticas filosóficas con soluciones que acallan los debates, y que encima ha optado por una serie de dogmas de partida sin atreverse a aplicar de un modo radicalmente serio las posibilidades del razonamiento.
Por ejemplo, algunas de estos postulados que son ideológicamente gratuitos serían la incapacidad del hombre para conocer la verdad; o que en ética la postura más plausible sea el cálculo utilitarista y se niegue la posibilidad de absolutos morales; que la última demostración de la presunta maldad del aborto sea sentimental e intuitiva pero no racional ni tampoco absoluta; que no sea demostrable la existencia de Dios del mismo modo que queda demostrado por decreto que los embriones humanos no participan de la dignidad humana, y que el estudio del Proyecto Gran Simio ocupe en el libro más páginas que los dos temas anteriores juntos, etc.
En resumen, nos encontramos ante un libro que triunfa en su sentido del espectáculo (consigue ser realmente divulgativo y a ratos entretenido), pero que fracasa en su vocación filosófica (desde que en el primer capítulo renuncia a las capacidades de la razón humana y hace sucumbir las grandes cuestiones de la filosofía frente a los temas de moda en algunos campos del debate actual). Al menos conserva una gran utilidad: Precht puede enseñar cómo se divulga a quien desea llegar a más gente en el terreno filosófico. Quizás a esos posibles autores les toque, por su parte, la misión, francamente hermosa, de enseñar a Precht (y a nosotros) en qué consiste esa tarea de la que hablaba Sócrates y que tanto fascinó a nuestro autor en la Isla de Naxos, la primera etapa de este fallido viaje.