Alianza. Madrid (1993). 294 págs. 1.500 ptas.
«El sentido general de este libro -advierte Julián Marías- es el propósito de introducir radicalmente la perspectiva personal y biográfica en la filosofía». Con esto quiere decir que el filósofo debe plantear las preguntas -y dar las respuestas- desde su condición de persona. Por eso las preguntas que la filosofía plantea son las preguntas radicales: ¿quién soy yo? y ¿qué va a ser de mí? Como cortejo aparecen toda una serie de cuestiones sobre el sentido de mi vida, de mi muerte, de lo que hago… Es introducir lo biográfico como ingrediente fundamental en la filosofía.
Por aquí entra en una concepción de la historia y del tiempo como lo que constituye a la persona. Afirma Marías que el sentido más profundo de esencia para el hombre es su carga de historia, su biografía, que, por otra parte, es tal en la medida en que se proyecta al futuro.
En su diagnóstico de la situación de la filosofía en el siglo XX, otorga, de acuerdo con su inclinación intelectual, un importante papel a Ortega y Gasset. Pero resulta sobre todo interesante su modo de justificar la necesidad de la filosofía (su razón). La crisis de nuestra época parte de considerar innecesaria a la filosofía, de ocultar o pretender que ya están respondidas las cuestiones radicales: Dios, la inmortalidad del alma, el amor; aquellas que permiten al hombre hacer su vida, saber a qué atenerse.
Se trata de un libro de extrañezas. Marías va narrando su perplejidad ante el modo en que se elude lo fundamental enmascarando ese ocultamiento. Nos situamos ante la invasión de las cosas, la influencia de la técnica en la vida humana, el abandono de la filosofía… Se destruye la filosofía (se eliminan las preguntas), pero se crea un sucedáneo, para que parezca que la hay.
Esta narración va abriendo puertas a su paso, descubriendo problemas. En esa medida es apasionante, como apasionante es la filosofía, por mucho que la inseguridad la acompañe como la sombra al cuerpo.
Vicente Martínez