Regreso de la URSS, de André Gide (1869-1951), Premio Nobel de Literatura en 1947, fue uno de los libros más polémicos que publicó, y eso que su obra está salpicada de escritos provocadores. Apareció en 1936, año en el que dio comienzo la Guerra Civil española y cuando el enfrentamiento entre el fascismo y el comunismo era más intenso. En esos años, además, se habían publicado otros muchos libros de viajeros ilustres a la URSS que hacían una apología de los avances revolucionarios, aunque ya empezaban a circular otros que mostraban una imagen menos idílica.
El de Gide ocupa un lugar especial en esta extensa bibliografía, pues se trata de un prestigioso escritor implicado en la causa comunista. De hecho, así comienza la Nota Preliminar: “Declaré hace tres años mi admiración, y mi amor, hacia la URSS. Se estaba intentando allí una experiencia sin precedentes que henchía nuestros corazones de esperanza y de la que aguardábamos un inmenso progreso, un ímpetu capaz de arrastrar a la humanidad entera”. Sin embargo, tras el viaje que realizó en 1936 escribió un desencantado testimonio que provocó un agrio debate entre muchos intelectuales. Incluso amplió el libro en junio de 1937, cuando publicó una serie de “retoques” con el fin de explicar mejor su postura y rebatir algunas de las críticas que habían surgido tras la primera edición del libro, como por ejemplo las de Romain Rolland.
Gide emprendió su viaje con la ilusión de ver confirmada su esperanza. Y también con las ideas claras sobre sus prioridades como observador: “Con la edad, mi curiosidad por los paisajes, por hermosos que sean, disminuye considerablemente. (…) Lo que me importa en este país es el hombre, los hombres, lo que se puede hacer con ellos y lo que se hace. El bosque que me atrae, terriblemente tupido y en el que me pierdo, es el bosque de las cuestiones sociales”. Viajó con otros escritores a Moscú para asistir a los funerales de Máximo Gorki y para visitar Leningrado y otros lugares como Georgia, Kajetia, Abjazia, Crimea…
De sus impresiones destaca las críticas que hace a la despersonalización y la desindividualización, a la pervivencia de las desigualdades sociales, a la promoción de un igualitarismo sin brillo y a la imposición de la uniformidad, que está estrechamente ligada al adoctrinamiento de los medios de comunicación y del mundo cultural.
Las denuncias más duras de Gide –que recibieron después una fuerte respuesta por parte de sus compañeros comunistas– tienen que ver con la ausencia de libertades y de críticas al régimen: “La mínima protesta, la mínima crítica, ya expuesta a las penas mayores, se ve además inmensamente ahogada. Y dudo que en ningún otro país hoy por hoy, ni siquiera en la Alemania de Hitler, exista espíritu menos libre, más doblegado, más temeroso (aterrorizado), más avasallado”.
Gide no consigue entender el sentido del culto a la personalidad que se daba a Stalin. Su imagen está presente en todos los sitios y sobre su figura se lanzan una serie de adjetivos encomiásticos que acaban siendo ridículos. Otro síntoma de la consolidación de la dictadura.
Menos de un año después de su publicación, Gide respondió con sus “retoques” a las injurias que un grupo de escritores, la mayoría comunistas, lanzaron sobre él. En estas páginas, de manera más directa, responde con una batería de argumentos que subrayan su posición crítica con el régimen comunista.
Gide ve cómo el comunismo inicial, que tanta ilusión despertó, ha derivado en una dictadura burocrática del proletariado: “La URSS no es lo que esperábamos que sería, lo que prometía ser, lo que intenta parecer todavía; ha traicionado todas nuestras esperanzas”.