Después del éxito de Palmeras en la nieve, la nueva novela de Luz Gabás guarda cierta relación con la anterior, pues si en aquella eran los habitantes del Pirineo oscense los que iban a Guinea, aquí la acción transcurre íntegramente en los valles donde nació la autora en 1968.
La mayor parte del relato se puede considerar como novela histórica, aunque también tiene una parte que se desarrolla en la actualidad. Esta es la más confusa y quizá la menos consistente literariamente, pero aporta tensión al relato y suscita los deseos de conocer más cosas de la historia del pasado.
La autora ha aprovechado un largo documento que se encontró en la torre de la iglesia del pueblo de Laspaúles (Huesca), especialmente las dos páginas donde se recoge la relación de veinticuatro mujeres acusadas de brujería en 1592. Estas mujeres fueron condenadas y ejecutadas, no por parte del tribunal de la Inquisición, sino por la justicia civil. Con este suceso, la autora recrea unos tiempos históricos en los que las lealtades con el rey Felipe II o los señores feudales todavía no estaban claras. El resultado es una novela de amores en dos espacios temporales, unidas de una forma inexplicable.
La ambientación geográfica de la montaña del Turbón y los valles de Benasque, Isábena y Lierp es viva y detallista, y la recreación histórica y sociológica también es convincente. Lo menos fiable de la novela, sin embargo, es el recurso a una historia de amor que se prolonga a través de los siglos en base a unas promesas, con la presencia de una bruja moderna como algo de lo más natural del mundo. Esta bruja, además, es políticamente correcta: amable, comprensiva, culta, abierta y una de las grandes protagonistas del relato. Evidentemente, este recurso, forzado e inverosímil, venía bien a la historia como la mejor solución para conectar las brujas del pasado con el episodio de amor actual.
