Un libro nos puede afectar por motivos diversos. Este, sencillamente, por lo que se cuenta. El autor, un misionero marista australiano, que ha vivido muchos años en Japón, nos narra la historia del doctor Takashi Nagai (1908-1951), un científico japonés. Médico, apasionado de su profesión, experto radiólogo, pionero de esta especialidad, entonces altamente peligrosa para la salud de quien la ejerciera. De hecho, falleció a causa de una leucemia.
La lectura de Pascal, cuando estudiaba la carrera, lo condujo a un largo proceso de reflexión y de búsqueda que culminó en la conversión al catolicismo. Para comprender mejor las circunstancias en que se produjo este hecho, el autor incluye un interesantísimo relato sobre la historia del catolicismo en Japón, plagado de dificultades, de persecuciones, de mártires; y de la heroica fidelidad de unos pocos que transmitieron la fe clandestinamente de una generación a otra hasta que se pudo volver a la práctica religiosa y contar con la ayuda de sacerdotes y misioneros.
El doctor Nagai estuvo movilizado como médico en la guerra continental entre China y Japón y se comportó heroicamente con los heridos de ambos lados. Sufrió mucho al ser testigo de tantas atrocidades. Después, regresó a su país para ejercer su profesión. Cuando el 9 de agosto de 1945 cayó la bomba atómica sobre Nagasaki, se salvó porque el hospital en el que trabajaba estaba en zona elevada y algo lejana del centro de la explosión. Pero perdió a Midori, su mujer, católica, otra persona admirable. Sus hijos se salvaron porque estaban en otro valle, en casa de sus abuelos.
A partir de aquella jornada, el doctor Nagai, ya gravemente enfermo, se dedicó de un modo heroico a consolar a unos y a otros, a ayudar en la reconstrucción de la catedral católica y de la vida de los feligreses. La cabaña de Nykodo donde se instala –había perdido todo– se convertirá en un lugar de peregrinación de creyentes y no creyentes, que buscan el consuelo de un hombre ejemplar, que los ayuda a descubrir el sentido de sufrimiento y el misterio del dolor, del perdón y de la Cruz. En esa situación, su serenidad, su alegría, su unión con Dios fueron un foco de esperanza en medio de la oscuridad del mal. Las enseñanzas que transmite a sus hijos, Macoto y Kayano, y a quienes acuden a él son realmente impresionantes.