Cuando apareció esta novela en 1961, casi nadie en México reparó en ella, entre otras razones porque trataba un tema tabú: la guerra de los cristeros. Una de las pocas voces independientes fue la de Juan Rulfo, el genial autor de Pedro Páramo, que llegó a decir de ella que era “una de las cinco mejores novelas del siglo XX” en su país. Ahora, pasados los cincuenta años, empieza poco a poco a reivindicarse la epopeya novelada de su protagonista, el coronel Florencio Estrada, y la de su mujer e hijos.
El libro es obra autobiográfica de un gran escritor, Antonio Estrada, hijo del protagonista y testigo de las peripecias en las que participó, siendo él mismo un niño. Para que se entienda mejor toda la intriga debe comprenderse, en primer lugar, su contexto histórico. En 1926 gran parte del campesinado mexicano se alzó en armas contra las medidas anticlericales del gobierno radical del general Calles. Durante tres años los rebeldes combatieron a las tropas federales hasta que la jerarquía católica, preocupada por los excesos de uno y otro bando, llegó a un acuerdo con las autoridades civiles. Sin embargo, aunque los cristeros (así se llamaba a los alzados) dejaron el combate, el gobierno alentó en los años siguientes la persecución selectiva de sus líderes, contraviniendo de esta forma el tratado de paz.
Así las cosas, en 1934 unos cuantos comandantes cristeros, hartos de que se les cazase como a conejos, volvieron a las armas. Este suceso, conocido como la segunda Cristíada (la primera fue la que duró entre 1926 y 1929), es el marco histórico en el que se desenvuelve esta novela. Florencio Estrada fue uno de esos caudillos católicos que se levantaron por segunda vez y pagaron con la vida su lealtad a Cristo Rey y a la “Gualupita”.
Con un estilo lacónico y singularmente expresivo, el relato presenta la vida cotidiana de una familia numerosa abocada a vivir en medio de una sierra agreste y llena de peligros. De un lado, las serpientes, las enfermedades, el hambre; de otro, los disparos de los soldados que persiguen tanto a Florencio y sus hombres como a los niños y mujeres indefensos que van con ellos. Todo en esta novela exalta hasta lo gigantesco los valores familiares. De entre todos los personajes, sobresale la figura sobrecogedora de la madre, Lola Muñoz. En torno a ella giran los niños y los soldados cristeros y, por supuesto, Florencio Estrada, quien ama tiernamente a su familia. Muchas son las escenas trágicas y conmovedoras vividas por estos personajes heroicos: la primera persecución a balazos de los niños y sus mascotas, el infarto de la madre al esconderse de sus propios hermanos que también la buscan; las despedidas entre besos y sollozos antes de los combates…
Sin duda el gran obstáculo para la lectura de Rescoldo es el entreveramiento del castellano con el habla indígena y los numerosos localismos que pueblan el texto. Para remediar la comprensión de algunos pasajes, la edición viene acompañada de un sólido aparato de notas y un glosario final. No conviene olvidar que Rescoldo es una novela importante, pero exigente con el lector. Antonio Estrada no sólo quiso recordar la historia olvidada de unos perdedores ejemplares, sino también crear una obra de arte con un lenguaje único, plagado de los términos cercanos al mundo que describía. Acaso la mejor manera de leerlo sea aceptando también el valor evocativo y poético de esas palabras. Sólo así se empezará a conocer y disfrutar de una de las mejores novelas mexicanas del siglo XX.