Riña de gatos, la última novela de Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) con la que ha obtenido el Premio Planeta, está ambientada en Madrid en 1936, en los meses anteriores al inicio de la Guerra Civil. Mendoza describe la anormalidad de los hechos políticos que se viven y que han contagiado la vida social y familiar de un Madrid instalado en la violencia y la incertidumbre. Hasta allí viaja el inglés Anthony Whitelands, especialista en arte español -en el Siglo de Oro y, en concreto, en la pintura de Velázquez- para realizar un misterioso trabajo. Whitelands acepta la oferta porque le atrae regresar a Madrid, donde ha pasado largas temporadas y donde ha vivido siempre en una excitante sensación de libertad.
El encargo que recibe consiste en visitar al duque de la Igualada, miembro de una familia aristocrática, que quiere que le tase unos cuadros de su colección particular por si los acontecimientos políticos le obligan a abandonar España. El duque, hombre culto y de su tiempo, conoce muy de cerca todo lo que está pasando en la vida política nacional, que vive con intensidad. Amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, confía en la Falange para cambiar el rumbo político.
Whitelands se reúne con el duque y, mientras realiza su trabajo, en pocos días se integra en la vida familiar. La hija mayor del duque, Paquita, es novia de José Antonio, el fundador de la Falange. La hija pequeña, Lilí, ha entrado de lleno en la adolescencia. Otros dos hijos varones pertenecen a la Falange. Cuando el inglés ve el cuadro que le confía el quque de la Igualada, advierte que está ante un descubrimiento mundial y, a partir de entonces, su destino en la villa y corte estará unido a ese misterioso cuadro y a los vaivenes políticos de un Madrid prebélico. De ponto, sin buscarlo, Anthony Whitelands se convierte en el hilo conductor de una conspiración política y artística que pone en alerta a los servicios secretos de Inglaterra, la Unión Soviética y el Gobierno de la República.
Eduardo Mendoza quiere situar bien los hechos que narra y dedica una especial atención tanto al análisis detallado de las pinturas que observa el inglés -hay frecuentes digresiones dedicadas a analizar algunos cuadros de Velázquez del Museo del Prado- como al retrato de unos personajes que con el paso de los meses se convertirán en directos protagonistas de la Guerra Civil.
A medio camino
Mendoza cambia en Riña de gatos el habitual escenario de sus novelas, la Barcelona de la primera mitad del siglo XX; en esta ocasión ha elegido un Madrid efervescente y convulso, símbolo de la anormalidad política que vivía España en esos meses. En la novela tienen un importante peso los sucesos sociales y políticos; sin embargo, como ya le sucediera en Mauricio y las elecciones primarias, su anterior novela social, se queda a mitad de camino y no alcanza ni la calidad literaria ni la profundidad de sus obras más celebradas: La verdad sobre el caso Savolta (1975), La ciudad de los prodigios (1986) y Una comedia ligera (1996). Más aún, hay momentos en los que Mendoza parece dudar sobre qué dirección tomar, consciente quizás de que a la novela le faltan mimbres para convertirse en un jugoso análisis literario y social de la época.
Junto con esta tendencia más ambiciosa y que le ha dado el merecido prestigio que tiene, cultiva también Mendoza una literatura de corte paródico y policiaco, con la que ha obtenido brillantes resultados, aunque se trata de una vena humorística y gamberra con personajes próximos a la locura. Es el caso, por ejemplo, de Sin noticias de Gurb, El laberinto de las aceitunas o La aventura del tocador de señoras. Hay, pues, en Riña de gastos, un poco de cada una de estas tendencias, bien estudiadas por el crítico Llátzer Moix en su libro Mundo Mendoza (Seix Barral). Sin embargo, cuando el autor barcelonés mezcla estas dos tendencias los resultados no son los esperados.
Es lo que sucede aquí. Como novela política, la radiografía que hace de la II República resulta superficial, a pesar de tener buenos momentos. Resulta muy esquemático y simplón el personaje del cura Rodrigo, tutor de la familia del duque, retratado con deliberados caracteres rancios con los que Mendoza personifica su negativa visión de la Iglesia de aquellos años y de la moral imperante en determinados ambientes.
Whitelands es un intelectual y también un aventurero, que se pone a tiro para vivir una aventura sexual con Paquita, la hija del duque y novia de José Antonio, y que desde la primera noche que pasa en Madrid recupera sus antiguos hábitos de frecuentar los burdeles de la capital, lo que provoca situaciones esperpénticas que Mendoza aprovecha literariamente, aunque en este caso con bastante menos gracia. La estructura de la novela está, además, descompensada y algunos personajes que parecen van ocupar un privilegiado espacio en la novela desaparecen sin dejar rastro. Esta improvisación y levedad, y una prosa a veces descuidada, acrecientan la sensación de que Riña de gatos es una novela deslavazada.
La vena disparatada y, en ocasiones, delirante la asume el propio Whitelands, que va de acá para allá por un crispado Madrid encadenado a unos hechos que se le escapan, provocando sin querer incidentes internacionales, siendo testigo de sucesos cruciales que le desbordan y, sobre todo, angustiado por el destino del cuadro que puede transformar su vida, su única obsesión.