Pre-Textos / Fundación ONCE. Valencia (2001). 144 págs. 1.750 ptas. Traducción: Aquilino Duque.
Para muchos lectores del periodista y escritor inglés Chesterton (1874-1936), el género en el que más y mejor brilla su talento es el ensayo literario. Tras editar, en 1995, su revelador estudio sobre Dickens (ver servicio 164/95), Pre-Textos ofrece ahora el homenaje y la reivindicación que el polemista británico quiso consagrar al autor de La isla del tesoro.
Chesterton (ver reseñas de las notables biografías de Pearce y Seco en el servicio 63/98) tiene 53 años cuando se decide a convertir en libro sus reflexiones sobre la valía excepcional de la obra de Stevenson, que viene siendo puesta en entredicho por el esnobismo rencoroso de un sector de la crítica revisionista. Es ya un conferenciante aclamado y viajero, un escritor de éxito, un comentarista imprescindible en el periodismo británico de entreguerras.
El vitalismo optimista y arrollador, la sutileza que se da la mano con la sencillez, el humor exento de cinismo, las intuiciones deslumbrantes, los juicios rotundos llenos de sana provocación se dan cita en un libro que, por encima de los desconciertos episódicos de una singular sistemática, invita a cada poco a arrancar página y ponerle marco.
Pocas veces se han escrito sobre unos libros (La isla del tesoro, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El Weir de Hermiston, Secuestrado) comentarios más hermosos. Baste un ejemplo, sobre el último de estos libros: «Las grandes escenas de Secuestrado, la defensa de la Casa Redonda o el enfrentamiento de Tío Ebenezer y Alan Breck, están llenas de frases cortantes que parecen cazar la realidad a pistoletazos. Un ensayo sobre el estilo de Stevenson, como el que voy a intentar en otra página sin esperanza y sin efecto, podría muy bien ser escrito por un crítico auténtico sobre la frase Su espada centelleó como el azogue en el tropel de nuestros enemigos en fuga».
Gilson, el gran estudioso de Tomás de Aquino, dijo -asombrado ante la profundidad y el acierto de la biografía sobre el santo escrita por el escritor inglés en 1933- que Chesterton había logrado la mejor obra sobre el teólogo dominico, en la que «se hacía perdonar la profundidad con el ingenio».
«La literatura -escribe Chesterton- no es más que un lenguaje, no es más que un milagro raro y asombroso por el que el hombre dice realmente lo que quiere decir». La voz de ese portentoso novelista llamado Stevenson, «que también pintó acuarelas, porque de ellas es el reino de los cielos», encuentra en Chesterton un inmejorable amplificador.
Alberto Fijo