El aclamado DeLillo (New York, 1936) es un escritor imprevisible y sorprendente. Trasciende con libertad el esqueleto básico de toda narración (planteamiento, nudo y desenlace) y retuerce las posibilidades literarias de situaciones y personajes: juega con ellos, los desarrolla o los abandona según sirvan o dejen de hacerlo a la idea que persigue con sus novelas. Esta suele ser mostrar la extrañeza del ser humano, las contradicciones de una civilización desnortada y a menudo vacía.
Ruido de fondo (1984), ganadora del National Book Award en 1985, es una novela equilibrada, pero igualmente chocante. Se trata de una reflexión tragicómica sobre el miedo a la muerte.
Jack Gladney es un profesor universitario (experto en Hitler) que disfruta de un apacible bienestar material y familiar. Vive con Babette, su cuarta esposa, y con cuatro de los hijos que han cosechado ambos en anteriores matrimonios. Sólo un fantasma enturbia el bálsamo de autocomplacencia que rodea sus vidas: saber que todo va a terminar, no saber cuándo y no poder hacer nada. Jack se ve expuesto a un escape tóxico en la atmósfera y a continuación descubre que Babette toma un fármaco para inhibir cerebralmente su miedo a la muerte. Ambos hechos disparan su aprensión y conducen la novela a su desconcertante desenlace.
La mejor lectura de DeLillo es olvidarse de sus historias y disfrutar de su ingenio. Sus textos están llenos de personajes interesantes, de diálogos llenos de sentido y de reflexiones inteligentes, afiladas, divertidas, originales, brillantes. Sorprende en cada página: una inaudita visión metafísica de la meteorología; la relación con sus madres de Hitler y Elvis; el pasaje antológico de una orgía consumista en un centro comercial; las conversaciones de Jack con Babette, con sus hijos (en grupo o separados), o con otros profesores de universidad; la crítica constante a la vaciedad del materialismo y a la TV, etc. Hay un tono costumbrista muy pegado al terreno (marcas comerciales, anuncios de radio y TV) pero siempre en clave paródica, un realismo compensado por hipérboles fantasiosas.
DeLillo puede ser un juguetón prestidigitador de palabras o un escritor moral, o las dos cosas. Desde luego, no es posible aburrirse con sus libros ni puede negarse su original coherencia interna. Sus novelas, eso sí, son cualquier cosa menos un libro convencional.