Hasta ahora, la editorial Libros del Asteroide había rescatado dos obras del novelista, poeta y articulista Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970): La uruguaya (2016) y Una noche con Sabrina Love (1998). Aparece ahora una tercera, Salvatierra, que se publicó en 2008 y que vuelve a demostrar la solvencia narrativa de este escritor argentino.
La novela cuenta la historia de Salvatierra, un pintor anónimo, autodidacta, que pasó sesenta años de su vida pintando una única obra compuesta de sesenta rollos que tenían una longitud total de cuatro kilómetros. A su muerte, dos de sus hijos, Luis –el mayor– y Miguel –el narrador– deciden interesarse por esta obra, que se encuentra en un galpón semiabandonado donde trabajaba su padre, y realizan algunas gestiones para que el mundo artístico conozca la grandeza de una empresa artística que él acometió durante sesenta años, desde que comenzase a pintar el primer rollo que le regaló un artista alemán.
Salvatierra fue pintando en sucesivas instantáneas un resumen de su vida. Los rollos son algo así como su autobiografía ilustrada, el diario íntimo de una vida atravesada de dificultades. La primera de ellas, la mudez ocasionada por un gravísimo accidente a los nueve años, del que se salvó de milagro. Desde entonces, llevó una vida distinta a la de sus hermanos y amigos en su pequeño pueblo, Barrancales, junto a un río que hace frontera con Uruguay. Salvatierra sobrellevó como pudo su soledad y su vocación artística, que canalizó a través del dibujo y la pintura.
Revisando las pinturas para entregarlas a una institución holandesa que se quiere hacer cargo de la monumental obra de Salvatierra, los hijos descubren que falta un rollo, el del año 1961. A partir de ese momento comienzan las pesquisas con amigos, compañeros de trabajo y familiares para encontrarlo. Esta búsqueda se convierte también en un doloroso proceso de indagación sobre quién era de verdad su padre y las experiencias que vivió, lo que lleva a los dos hermanos a analizar también sus propias vidas y la relación que mantuvieron con él. Son estas páginas las que dan un sentido más universal a la novela, pues Mairal plantea cuestiones de gran calado existencial.
Salvatierra quiso pintar la fluidez del río y de sus sueños. Sus cuadros muestran el ritmo de la vida desde su mirada sencilla y nada presuntuosa, pues Salvatierra pintaba, como dice su hijo Miguel, sin una intención artística, sino con la idea de plasmar la desnuda y cotidiana verdad.