A quien crea que la economía es una ciencia aburrida y con protagonistas poco glamurosos, la lectura de este libro le hará cambiar de opinión. En la misma línea que en el anterior, Keynes vs Hayek, Nicholas Wapshott describe de manera amena y accesible la batalla dialéctica que, sobre el intervencionismo y el liberalismo, libraron en la revista Newsweek, desde 1965 y durante casi cinco décadas, dos gigantes y premios Nobel de Economía: Paul Samuelson y Milton Friedman.
El desarrollo de los acontecimientos históricos, políticos y económicos que se van describiendo en los diferentes capítulos del libro, no solo permite conocer en profundidad a los protagonistas, sino también comprobar que, tanto en el pensamiento como en la manera de defenderlo, eran muy diferentes.
Samuelson fue admitido en la Universidad de Chicago a los dieciséis años. Tras su paso por Harvard, recaló en el MIT, donde, en 1948, publicó su influyente libro de texto Economía, que revolucionó la enseñanza en este campo y convirtió al keynesianismo en el paradigma de la macroeconomía para muchas generaciones.
Friedman se graduó en matemáticas en la Universidad Rutgers, pero fue tras realizar un máster en economía en la Universidad de Chicago, cuando encontró a un grupo de economistas que compartían su desconfianza hacia la intervención del gobierno en ese campo. Tras un periodo dedicado a la investigación y a la maduración de su pensamiento, en 1961 publicó el libro Capitalismo y libertad, en el que reunió sus ideas sobre el dinero y el papel del Estado. Fue su manifiesto personal en defensa a ultranza del capitalismo y una referencia para economistas y políticos conservadores.
De este duelo, tratado y expuesto magníficamente por Wapshott, se pueden extraer dos conclusiones que pueden aportar luz a cuestiones de actualidad. La primera es que las divergencias entre economistas en materia de políticas públicas no suelen tener su origen en discrepancias sobre los fundamentos del análisis económico, sino que corresponden a la elección de los objetivos prioritarios a perseguir, a la elaboración de estimaciones sobre la magnitud y la duración del impacto provocado, y a valoraciones políticas. La segunda es que un verdadero debate sobre ideas es posible, siempre y cuando los participantes posean conocimientos profundos de la materia, expongan sus puntos de vista aportando datos contrastados y empleando argumentos racionales y, por último, demuestren respeto.
En definitiva, el ejemplo de estos dos economistas podría contribuir a recuperar la profundidad y la serenidad necesarias y posibilitar, de esta manera, acuerdos en terrenos, tan relevantes para la sociedad, como la economía o la política.