En esta última entrevista con Nicolas Diat, el cardenal Sarah finaliza su trilogía sobre el presente de la Iglesia y el mundo. Desde la publicación de Dios o nada y La fuerza del silencio, el cardenal guineano ha ido ganando notoriedad no solo como voz autorizada dentro los círculos eclesiásticos –es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y los Sacramentos–, sino también como firme baluarte de la unidad en tiempo de tempestades.
Se hace tarde y anochece tal vez defraude a los que, arrastrados por la polarización ideológica y el atractivo mediático, insisten en contemplar hoy con mirada poco sobrenatural las sacudidas de la barca de Pedro. En este sentido, toma distancia de quienes, erigiéndose en guardianes de la “integridad” de la fe, extienden sospechas sobre un pontificado que, dice el cardenal, continúa incontestablemente la labor de sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, este último especialmente presente en el libro.
Eso no quiere decir que no censure esa actitud que tiende a contemporizar con el espíritu de los tiempos, devaluando o malvendiendo la fe. Como en sus anteriores libros, también en este exige extremar el cuidado ante reformas superficiales, meramente institucionales o burocráticas. Habla incluso de una crisis de la teología, relacionándola con una interpretación frívola, rupturista, del último concilio. Pero explica que el magisterio es la salvaguarda de la unidad.
En cualquier caso, si la Iglesia está en crisis, es porque el hombre también atraviesa vicisitudes. A diferencia de lo que ocurrió en los primeros siglos de la era cristiana, cuando el cristianismo irrigó la cultura pagana, hoy, por desgracia, es el neopaganismo el que parece estar nutriendo al cristianismo, despojándolo de su sentido. No se trata de que la Iglesia se acomode al mundo, sino de que ofrezca el testimonio redentor de Cristo.
Especialmente preocupante es, a su juicio, la situación del sacerdocio, sobre el que se está difundiendo una mentalidad funcional. Por otro lado, protesta contra lo políticamente correcto, pero cree que la crítica no puede quedarse en lo trivial, sino ir al fondo. Es en este punto donde la misión de la Iglesia parece crucial: el cristianismo hoy recuerda cuáles son las exigencias irrenunciables de la condición y el misterio del hombre.
¿Cuál es, sin embargo, la causa de estas múltiples crisis? El cardenal guineano apunta a su naturaleza espiritual: todos los síndromes –la injusticia social, la ideología de género, el transhumanismo…– son secuelas de la pérdida de lo sagrado. Lo trágico es que cuando una cultura pierde a Dios de su horizonte se separa de sus veneros vitales.
Sarah, que se ha propuesto devolver a Europa lo que esta le dio –la fe–, no termina su ensayo con un lamento, sino esperanzado. Dios no abandona al hombre, como transmite el pasaje de los discípulos en el camino de Emaús que da título al libro. La salida de la crisis no está en intensificar la comunicación de la fe o acumular seguidores en las redes. Exige recuperar la experiencia sobrenatural. Y para ello solo hay un camino: oración y silencio.