Arthur Conan Doyle (1859-1930) “mató” varias veces a su personaje más popular, el detective Sherlock Holmes, pero las protestas de los lectores lo obligaron a resucitarlo. Hoy, cuando se siguen reeditando sus casos y se prepara una nueva adaptación al cine de sus andanzas, cabe decir que el inquilino del 221 de Baker Street goza ya de vida eterna
Alianza Editorial, que había publicado en esta misma colección las cuatro novelas protagonizadas por el héroe, nos brinda, ahora, el primero de los dos volúmenes con sus mejores narraciones cortas. Jesús Urceloy se ha ocupado de la selección, y ha optado por ordenar las aventuras cronológicamente, lo que acrecienta su interés, ya que la imagen que nos devuelve el espejo del personaje es, así, más cabal y aprehensible.
Los quince relatos que componen el libro nos muestran a un detective frío y sarcástico, pero también muy humano, que no se arredra ante los desafíos que le plantea ese Londres asediado por la niebla y la violencia. Guiados por la voz serena y ecuánime de Watson, su fiel “escudero” y biógrafo, nos trasladamos a un mundo familiar, en el que vemos a un Sherlock pipiolo pero ya consagrado a la razón y la ciencia deductiva; lo sorprendemos, más tarde, en su extraña relación con Irene Adler, la mujer a la que nunca podrá olvidar; asistimos a las justas dialécticas que mantiene con su inteligente hermano Mycroft; y lo perdemos, finalmente, en las cataratas Reichenbach, por las que se despeña abrazado a su mayor enemigo, el profesor Moriarty.
El humor y el ingenio se ponen al servicio de una literatura popular, con abundantes diálogos y giros inesperados en la acción, que se caracteriza, sobre todo -y no es este un atributo menor-, por su capacidad para entretener. Como Dickens, e influido por el no menos célebre C. Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, Conan Doyle se sacó de la manga un lenguaje propio y a la vez universal. Ahí radica el secreto de su éxito y la pervivencia de un modelo que seguirá haciéndonos pasar muy buenos ratos.