¿De ciencias o de letras? Es la típica pregunta que uno recibe a veces por personas que no están del todo situadas en relación a la trayectoria académica que precede a la profesional. Y es que parece como si entre ambos mundos se abriera el abismo.
Si nos fijamos ahora en el autor de esta obra, que ha sido profesor de física en la Universidad Politécnica de Valencia y en la de Madrid; que ha trabajado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y que también ha estudiado los procesos nucleares en el Instituto de Física Corpuscular de Valencia, estaríamos tentados de decir que se trata de un autor claramente “de Ciencias”. Pero sumemos al currículum del profesor Miguel Ángel Herrero sus publicaciones en la revista Naturaleza y Libertad, de carácter interdisciplinar, que reflejan una consonancia en sus intereses, entre lo puramente científico y el campo más amplio de la filosofía. Ahora, con esta publicación que reseñamos, podemos disfrutar verdaderamente de una difícil como poco frecuente preparación, tanto en ciencias como en letras. Es una obra de “ciencia”, indudablemente, pero con el trasfondo amplio de la fundamentación filosófica que nos invita al terreno de las letras.
La tesis del profesor Herrero, trazada con buen pulso en este libro sobre el símbolo y metáfora, es la necesidad de abrir la epistemología científica a figuras más propias de la Retórica que de los Analíticos, por decirlo a la manera aristotélica.
En la ciencia, defiende el autor, tendrían cabida incluso imágenes y figuras literarias: la “metáfora”, como capacidad intelectual fundamental, de una parte, y el “símbolo” como elemento científico, de otra, pero no lejos de la primera, como pieza conceptual clave para su expresión. También estos aspectos cognoscitivos tienen su lugar dentro del mundo de la ciencia; es más, si no lo tuvieran, como apunta el autor, carecería la ciencia de un elemento, que es la analogía, esencial para la relación entre los conceptos, del que depende en buena medida su capacidad de ir más allá de sí y aportar lo específico en la cultura humana general. Pues una ciencia que permanezca cerrada dentro de sí, no podría ser servicio al hombre, a la sociedad, a la cultura en su más amplio sentido. No crecería, por tanto, y se volvería solipsista y estéril.
Ha elegido el profesor Herrero como algo representativo de esta manera de ver la ciencia, un texto de Galileo. Concretamente se refiere a un pasaje del Saggiatore, famosísimo en la historia del pensamiento occidental y por supuesto de la filosofía de la ciencia. Allí, Galileo hace un acto de reflexión sobre el tipo de trabajo en el que se ve completamente absorbido. ¿De qué se trata con todo eso?, se pregunta. ¿Hay una meta detrás de todos esos números, cálculos, tras las figuras geométricas, a que obliga el trabajo numérico?
Y él mismo se responde con unas palabras que van a pasar a la historia. Galileo defiende su empresa porque no es suya propiamente. En realidad, como pasará luego con otros autores entre los que se citan y estudian, como Maxwell o el mismo Einstein, el científico está leyendo un libro que se le ha entregado, nada menos que el libro del Universo, en el cual, a través de figuras geométricas, matemáticas, etcétera, se puede leer un lenguaje eterno, el lenguaje del Creador.
Merece la pena repasar estos textos de vez en cuando. También la ciencia necesita su propia crítica, que viene de la mano del pensamiento más amplio. Es la tarea que tradicionalmente ha sido asignada a la filosofía, es decir, al amor a la sabiduría, a fin de mostrar, como se quiere en estas páginas, que la ciencia no es un coto cerrado en las expresiones de su lenguaje, sino abierto a la tarea fundamental de conducir al hombre a la verdad plena.