Sin remedio

Antonio Caballero

GÉNERO

Alfaguara. Madrid (2006). 576 págs. 19,50 €.

Publicada por primera vez en 1984, esta novela vuelve a editarse en España con la firma de uno de los columnistas más conocidos de su país de origen, Colombia. A lo largo de más de quinientas páginas, seguimos la desventurada vida de un poeta aprendiz de maldito, Ignacio Escobar. A través del protagonista conocemos en clave de farsa muy distintos estratos sociales de la Bogotá de los años sesenta: reuniones de oligarcas, debates intelectuales, prostíbulos de mala muerte, calles atestadas de vendedores ambulantes…

A primera vista nos encontramos con una novela total sobre la gran capital colombiana, proyectada como emulación de las de otros escritores hispanoamericanos que hicieron lo suyo con México D.F., Lima o Buenos Aires. Pero Antonio Caballero se queda muy por debajo de Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Ernesto Sábato o Leopoldo Marechal.

En la primera mitad, «Sin remedio» brinda unos cuantos episodios resueltos con ingenio y brillantez. Caballero parece sentirse mejor en distancias cortas: algunos capítulos le salen francamente divertidos, a pesar de la grosería de algunas escenas, y consigue captar con suma eficacia el aire provinciano de la ciudad de su juventud. Asimismo, las pocas descripciones de Bogotá son excelentes.

Sin embargo, la acción, inmovilizada al principio en una sucesión de escenas costumbristas, intenta cobrar cierta intensidad conforme la vida indolente, desordenada y lujuriosa del protagonista empieza a enredarse, por pura irresponsabilidad, en la urdimbre política de su entorno. Escobar coquetea con algunos círculos terroristas (aunque él mismo descree de todo compromiso), y esto le acarrea a la larga un final tan trágico para él como mal resuelto por su creador.

Ciertamente, el libro empieza a deslavazarse conforme se avanza en la lectura: las casualidades y las coincidencias de personajes se trenzan de forma inverosímil para una ciudad tan grande; los diálogos vacíos llenan páginas en un esfuerzo realista innecesario; el poeta, que ha dado hasta el momento muestras de imbecilidad notable, escribe de repente un poema «genial»… Lo único en que parece ceder un poco la segunda mitad de la novela es en el número de escenas eróticas. Lo extraño es no tanto la adicción sexual del protagonista, sino que todas las mujeres caigan rendidas a las primeras de cambio ante un tipo tan desaliñado y tan notoriamente egoísta.

Borges comentaba que «Cien años de soledad» hubiera estado muy bien si García Márquez le hubiese quitado cincuenta años de encima. No sé cuántas páginas menos remediarían esta novela «Sin remedio».

Javier de Navascués

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