La última novela de la francesa Fred Vargas (París, 1957) transcurre en la Bretaña, lugar donde vivió uno de los escritores más renombrados de la literatura francesa, François-René de Chateaubriand. Precisamente el protagonista es uno de sus descendientes: Josselin, a quien han convertido en un reclamo turístico en el pueblo de Louviec para mantener viva la memoria del autor de Memorias de ultratumba.
Allá va el comisario Adamsberg para recibir un homenaje por haber resuelto un complicado caso. A su regreso a París, lee en el periódico que justo en la comarca que ha visitado unos días antes se ha cometido un asesinato: el guarda de un coto de caza ha sido apuñalado y, al parecer, en sus últimas palabras ha culpado al descendiente de Chateaubriand. No es el único crimen: pocos días después, aparece otro muerto y todo parece indicar que también esta vez está implicado Josselin.
La policía de la zona se propone detenerlo, pero un ministro exige que Adamsberg y algunos miembros de su equipo se trasladen de París a Louviec para investigar in situ, pues la detención del descendiente de Chateaubriand sería un escándalo que perjudicaría la fama de la región.
Una vez en el lugar de los hechos, Adamsberg recibe fuertes presiones por parte de las autoridades locales y no consigue descubrir nada. Todo parece indicar que Josselin es el asesino; pero el comisario no lo cree así, y aunque al principio da la impresión de estar totalmente perdido, poco a poco sus intuiciones dan fruto y el caso comienza a aclararse.
El relato engancha por la intriga, por el oficio de la autora y por su calidad estilística. Además, a diferencia de sus anteriores novelas, esta tiene un argumento más diáfano y las digresiones no entorpecen la lectura, sino que refuerzan el dinamismo de la acción. Como en otras obras, Fred Vargas incluye interesantes apuntes sobre costumbres y tradiciones locales que –como luego se verá– serán claves para determinar la autoría de los crímenes.