Cátedra. Madrid (2000). 392 págs. 2.900 ptas.
En los últimos quince años hemos visto en España fenómenos antes impensables, como miles de espectadores ocasionales guardando seis horas de cola para ver a Velázquez, pagando una entrada no barata e incluso un viaje al Guggenheim de Bilbao o justificando un viaje a algún lugar remoto por la existencia allí de un célebre museo. ¿Tanto ha podido cambiar nuestra sociedad en ese tiempo?
«Un libro como este -dice Furió- tiene un ‘público’ muy limitado». Si, sea como sea, hay alguien ahí, que sepa que este libro es sobresaliente por llenar un clamoroso hueco del catálogo de libros en castellano (en el catalán figuraba desde hace cinco años); que está bien ilustrado con buenos ejemplos, una cualidad que el autor atribuye a una inspirada recomendación de Gombrich; que reúne las condiciones de ameno, útil y oportuno; que entre sus páginas no hay ninguna huera; que puede ser a la vez tanto un ameno libro de lectura como todo un curso sobre la materia, especialmente recomendado para estudiantes de arte y para quienes deseen aprender aun sin obtener créditos por su lectura.
La única tacha que se puede atribuir al libro de Vicenç Furió es la falta de un índice analítico o de una mayor división de los capítulos. Capítulos que tratan temas propios de la sociología del arte como el coleccionismo, la crítica de arte, el vandalismo, los efectos del arte en la sociedad, el poder de las imágenes, el interés por el arte, la producción y disfrute según los niveles culturales, el mercado del arte, el artista, la influencia de la sociedad en la obra según su lenguaje específico, las falsificaciones… Tras la filosofía y la historia, la sociología intenta analizar en toda su complejidad las relaciones que entre la sociedad y el arte caben, hasta el punto de que pretende definir la historia del arte como la historia de la creación de efectos.
Un arma especialmente potente en sus manos es el concepto de mundos del arte, que no es extraña al de paradigma propuesto por Kuhn: alrededor del arte se han organizado mundos artísticos que se cimentan y repliegan y justifican sobre y en sí mismos. Pero, en definitiva, como concede Furió a Hauser, la sociología sola es incapaz de poner al descubierto el último secreto de Rembrandt. Y, además, «en sentido estricto, es una ficción la idea del público como sujeto colectivamente receptor». Aún la individualidad vence al número. Pero, aún también, la sociología del arte puede ayudarnos a ver con nuevos ojos las imágenes de siempre. Poner por escrito lo que se tiene en la cabeza es un proceso que a menudo suscita dudas de concepción y de ortografía. Tanto la Ortografía de uso del español actual como el Manual de estilo de la lengua española pueden servir para resolver esas vacilaciones, pues tienen un enfoque muy práctico y abarcan un amplio abanico de problemas de la lengua escrita.
José Ignacio Gómez Álvarez