Cuentan que Keynes, siempre tan agudo, contestó a un impertinente que le reprochaba su cambio de parecer: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Usted qué acostumbra a hacer, caballero?”. La anécdota la podía haber protagonizado Fernando Savater, ensayista de izquierdas y persistente flagelo del separatismo, al que algunos acusan de haberse derechizado.
Con cambio o sin él, cada semana Savater condensa su lucidez en las páginas del El País. Este libro ofrece una selección de ellas, reflejando, al socaire de diversos temas, las convicciones más arraigadas del pensador vasco.
Savater pertenece a una generación de intelectuales con ínfulas emancipatorias, breados en la lucha contra la dictadura, pero que a la vuelta del camino han decidido dejar la camiseta del Che para defender la democracia liberal. Porque en un Estado de Derecho nadie tiene que preocuparse de que la guillotina le rebane el gaznate cuando profiere una opinión, lo cual, tal y como se ha presentado la historia, no es poca cosa.
En sus artículos, este Voltaire peninsular, amante de los libros, el vino y los toros, arremete, desde la izquierda, contra la izquierda demagógica y académica, con los revolucionarios de salón, y no le duelen prendas al reconocer que el pueblo –sí, el pueblo, los ciudadanos que votan– puede equivocarse. De hecho, el electorado yerra mucho y frecuentemente. Admitirlo es una garantía para la civilización.
El problema con los intelectuales que cambian de opinión lo tienen sus nuevos fieles, que los convierten en arma arrojadiza y los enfangan. Savater no pasará la prueba del algodón, a pesar de haber apoyado a Isabel Díaz Ayuso o reprobar a Pablo Iglesias, porque no es un “converso”, sino un empecinado anticlerical, irreverente, con sus contradicciones y manías. El error en estos casos es canonizar a quien defiende lo nuestro.
Sea como fuere, la crítica que hace al animalismo es antológica. A su juicio, bárbaro no es quien trata a un animal como lo que es, sino quien ignora que no es una persona. Soberbias también son las sentidas columnas que dedica al amor humano y la familia, así como al extremismo nacionalista. Un libro, pues, para amantes de la dialéctica, para adictos al disenso y enamorados de la mordacidad.