Alexander Solzhenitsyn es, con Andrei Sajarov, uno de los disidentes rusos que más han contribuido a la denuncia de las atrocidades del comunismo y a la caída del Muro de Berlín. Sus obras forman parte de “la biblioteca de la historia”. Cualquiera que haya leído El primer círculo, Archipiélago Gulag, Un día en la vida de Iván Denísovich o El pabellón del cáncer conoce la historia de este premio Nobel de Literatura.
La gran aportación de este libro es asomarse un poco más a su alma. Fruto de una serie de entrevistas personales con el autor y de una buena relación con su familia, Pearce ofrece la faceta más personal del escritor ruso, una vida comprometida y controvertida, en equilibrio constante entre el monje de clausura y la estrella mediática.
La obra recorre las distintas fases de la vida de Solzhenitsyn. Describe su juventud procomunista, en la que formó parte del ejército soviético, y durante la que fue encarcelado y condenado a deambular desconcertado por campos de concentración durante ocho años por el crimen de criticar a Stalin en una carta privada escrita a un amigo. Una vez en libertad comenzó su vida de escritor y cronista de la barbarie comunista, primero desde la disidencia y luego en el exilio.
La parte más desconocida de su vida empieza entonces, en su exilio norteamericano. Desde su vida retirada va descubriendo asombrado los caminos por los que transita su anhelado Occidente, crece su malestar con las costumbres y los modos de vida “occidentales”, y su denuncia, tan lúcida y descarnada como la de antaño, provocaban que cada nueva “salida de su cueva”, en prensa, radio o televisión, supusiera un tremendo escándalo. Al regresar a Rusia, tras la caída del comunismo, su desconcierto será aun mayor al no reconocer nada de aquello por lo que lleva tantos años luchando y, alejado de la vida política donde unos y otros pretenden utilizarle, no puede más que susurrar para quien le quiera escuchar: “no era eso”.
Lo más interesante de esta biografía es la posibilidad de “descubrir al hombre”, hasta llegar a entender sus, a menudo, desconcertantes actitudes. Solzhenitsyn es un escritor profundamente espiritual, y eso inunda toda su obra. Su actitud ante la vida es totalmente coherente: de ahí su desconcierto ante la vida occidental. La sorpresa de su mirada ante actitudes y situaciones que forman parte de nuestro día a día, especialmente ante el consumismo, resultan tremendamente clarificadoras. Sus denuncias a un lado y al otro del Muro parten de su compromiso moral con la vida, con la historia. Sus advertencias ante los peligros que el egoísmo está causando en el medio ambiente, hoy resultan premonitorias. Sus críticas al consumismo y a la deshumanización que provocan las nuevas tecnologías de la información parecen proféticas.
Sus enseñanzas forman parte de la tradición del humanismo cristiano: en línea con autores como Chesterton o C.S. Lewis, brotan de la experiencia del sufrimiento, y reclaman a gritos la vuelta a lo esencial, en la línea del Schumacher de Lo pequeño es hermoso y del mismo Papa Juan Pablo II, con el que siempre manifestó gran sintonía. Quizás fue esto lo que convirtió al novelista ruso de nuevo en disidente, esta vez en Occidente.