El País-Aguilar. Madrid (1998). 472 págs. 2.900 ptas.
Bertrand de la Grange y Maite Rico sientan cátedra de periodismo con este análisis serio y escrupulosamente documentado que descubre al hombre detrás del pasamontañas y, con él, al movimiento guerrillero que sacudió a México y al mundo el primer día de 1994.
Los periodistas de El País y Le Monde realizan una certera radiografía de los principales actores del conflicto chiapaneco que, con sus acciones o silencios, han enmarañado la situación hasta convertirla en lo que es hoy: una herida abierta, sin visos de curación, que por momentos adquiere tintes de comedia y, en trágicos instantes, recobra su carácter de lucha fratricida. El libro presenta una ventaja que lo permea de principio a fin: la extranjería de sus escritores. No debe extrañarnos que sean un francés y una española quienes ofrezcan uno de los trabajos más completos sobre el conflicto en Chiapas. Esa distancia de origen es, precisamente, lo que facilita la claridad en la visión y la mesura en las opiniones.
Si a la carga sentimental del conflicto añadimos que tanto el gobierno como los zapatistas han optado por el encubrimiento o la manipulación de la verdad como parte fundamental de sus respectivas estrategias, entenderemos mejor que, hasta ahora, el desconcierto y la incredulidad dominen en la mayoría de los mexicanos. México ya no sabe a quién creer y, si bien el libro no responde cabalmente a todas las preguntas que plantea en su prólogo, sí arranca las máscaras a Rafael Guillén Vicente, alias Marcos. Esta es su mayor riqueza.
A raíz del movimiento armado, muchos mexicanos y no pocos extranjeros ansiosos de una causa hicieron suyo un extraño grito de batalla: «Todos somos Marcos». De esta manera el hombre se convirtió en mito. Marcos se transformó en el nuevo adalid de la justicia, en un personaje sin rostro en quien pudieran ocultarse las mil caras de todos los «revolucionarios».
Cuanto más crecía el mito, más se perdía su identidad. El gobierno necesitaba encontrarla con urgencia y sólo incurría en bochornosos palos de ciego. Sólo la traición de uno de los cabecillas de la rebelión permitió descubrir bajo el pasamontañas el rostro desbarbado de Rafael Guillén. Mientras casi todos los periodistas se extraviaron en los laberintos de la superficialidad, los corresponsales de Le Monde y El País pusieron plumas a la obra. Su meta: descubrir al hombre detrás del pasamontañas, rastrear su pasado, analizar sus motivaciones, perfilar su personalidad.
El libro persigue -con orden, claridad y un impecable estilo- la pista que muchos eligieron pasar por alto: la búsqueda de la verdad. Sin medias tintas, los autores lanzan una afirmación dramática: «La verdad fue la primera víctima de esta guerra». En un ambiente lleno de conjeturas, sensacionalismo y marcados favoritismos, los autores emprendieron la ardua tarea de distinguir entre realidad y ficción para presentar un retrato acabado del líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. El resultado no será del agrado de quienes eligieron a Marcos como nuevo paradigma de la lucha libertaria. El caudillo favorito se nos presenta llanamente como Rafael Guillén: actor obsesionado por emular al Che Guevara, filósofo cargado de ideología izquierdista, astuto guerrillero, talentoso escritor y, sobre todo, un fenomenal estratega de la comunicación.
Este Marcos necesitaba un escenario -Chiapas-, muchos personajes secundarios -los indígenas chiapanecos- y un argumento -la incapacidad del régimen para resolver las terribles desigualdades sociales-. La mercadotecnia corrió a cargo de la prensa y el surrealismo mexicano proveyó la música de fondo. En esta colosal puesta en escena, Rafael Guillén pronunció sus líneas con la seguridad que dan varias décadas de ensayos clandestinos y despertó estruendosos aplausos.
Aplausos que con el tiempo han ido menguando, un poco por la aparente desaparición de Marcos, otro tanto porque México no es un país afecto a recordar. Es este un capítulo difícil de la historia mexicana en el que aún quedan muchos cabos sueltos. Pero, al menos, este libro ha despejado una de las incógnitas: ahora ya sabemos quién se escuda detrás del mito.
Ernesto Aguilar-Alvarez Bay