Autor de una obra breve e inclasificable, pensador de una originalidad de raíz visionaria y humorística, Cristóbal Serra (Palma de Mallorca, 1922) pasa por ser uno de los escritores más peculiares de la literatura española del último medio siglo. Serra es, digámoslo así, un raro que frecuenta la lectura del Apocalipsis, del profeta Jonás o de los infiernos de William Blake, al tiempo que traduce al castellano las sutilezas astrológicas de Max Jacob, el Tao te King de LaoZi o las visiones de santa Catalina de Dülmen. El resultado final es una visión realmente peculiar y heterodoxa del hombre, del cristianismo y de la literatura.
Pre-Textos ofrece ahora una especie de breve dietario, o libro de notas, en el que se resume gran parte del pensamiento y de los intereses literarios de Serra. En el libro lo importante no es la biografía de su autor -aunque beba del tono memorialístico de un escritor que ha rebasado ya los ochenta y cinco años-, sino el diálogo con la literatura -la propia y la de los demás- y con el puñado de ideas, de convicciones o de certezas que alumbran su particular mundo creativo. Ideas, algunas de ellas claramente inverosímiles, que se sostienen por la especial gracia del autor y, sobre todo, por la ternura de su mirada: una ternura chispeante, sonriente y aforística, muy humana.
Tanteos crepusculares, sin embargo, es, en gran medida, un libro fallido. Por un lado, el autor se defiende de los críticos que han defenestrado parte de su obra; por otro, Serra salta de un tema a otro, de un modo, quizá, algo anárquico. Es posible que su gran libro sea Péndulo y otros papeles o también su Diario de signos; obras, ambas, entre dadaístas y vanguardistas, llenas de chispa, de humor y de originalidad. En cierto modo, también, llenas de luz, de felicidad y de esperanza. Quizá porque en la literatura de Serra permanece aún una especie de poso de la niñez, una mirada inocente e ingenua que no ha perdido la capacidad de sorprenderse ante la realidad.