En un momento crucial de su vida, a los 18 años, Ahmad se debate entre fuertes influencias: el imán Rashid le instruye en el Corán e intenta ayudarle a ir por el recto camino del islam; el judío Jack Levy, su tutor, le anima a no dilapidar sus cualidades intelectuales; también está Jocelyn, una joven negra por la que se siente atraído y a quien a la vez desprecia, y, finalmente, su madre, la persona a la que más quiere pero a quien no consigue respetar. Aparentemente se lleva el gato al agua su visión fanática de la religión y llega a dar peligrosos pasos junto a activistas de la yihad.
Updike (Pennsylvania, 1932) lleva cincuenta años fustigando la cara mediocre del liberalismo americano, así que un fundamentalista islámico le viene como anillo al dedo para arremeter contra una cultura impía y relativista, materialista y obsesionada (¿como él?) por el sexo. Dos años después del 11-S, Ahmad sólo ve nihilismo y hedonismo a su alrededor, piensa que el cacareado sentido de la libertad norteamericano y su optimismo instintivo no ha generado más que vacío consumista, cuando no desprecio de la religión. Él cree que existe una verdad, que naturalmente está en el Corán.
Ahmad y Jocelyn sirven al autor para confrontar fanatismo y superficialidad. Con Levy abordará un asunto que obsesiona a no pocos escritores norteamericanos, el de la culpa. Como Philip Roth, Norman Mailer, Saul Bellow…, tampoco Updike encuentra el mínimo aspecto saludable en ella, como si la conciencia del individuo no existiese. Así, Levy -a pesar de todo- terminará acostándose con la madre de Ahmad, y el propio Ahmad -a pesar de su búsqueda de pureza- con Jocelyn. El escritor americano no ahorra detalles al referir estos encuentros.
Aunque la trama de la novela -saber hasta donde está dispuesto a llegar Ahmad por tomar un atajo al paraíso- capta hasta el final, el libro se hace lento y con digresiones poco relevantes sobre la conducción de camiones, la pronunciación de algunas palabras árabes, el desarrollo de un oficio protestante o un análisis de las telenovelas. Con todo, el conjunto resulta convincente desde el punto de vista narrativo, a la vez que desagradable por la pobreza moral de casi todos los personajes y claustrofóbico por el modo que tienen algunos de vivir la relación con Dios.
Updike no es un charlatán y aborda en serio todos los temas que toca. Sus novelas están bien escritas, son densas y abundan en conductas desordenadas. Es la firma del octogenario escritor, a quien parece que ya no quedan fuerzas siquiera para añadir un toque de humor, como se le conocía hasta ahora en muchos de sus libros.