Marcial Pons. Madrid (2003). 342 págs. 22 €.
El viaje ha ocupado y sigue ocupando un lugar muy especial en la cultura de Occidente. En el mundo antiguo, griegos y romanos eligieron el viaje para narrarse a sí mismos, quizás porque expresa la aventura humana por excelencia, el conocimiento. Y, por supuesto, ocupa un lugar muy especial en la historia de la ciencia.
En Testigos del mundo, Juan Pimentel desentraña la relación entre los viajeros de la Ilustración, sus retratos del mundo y el equilibrio entre imaginación y realidad en ese género mestizo, híbrido entre conocimiento y comunicación que es la literatura de viajes.
La primera parte del ensayo, Viajes, experimento y metáfora, analiza el proceso mediante el cual el viaje se convierte en forma de conocimiento y el viajero pasa de ser testigo sospechoso a autor, testigo fiable e imparcial. Viajar se presta a embellecer, a transformar las cosas; al transmitir sus conocimientos el viajero transforma la realidad, trafica con ella. De ahí la importancia de la credibilidad del testimonio en la construcción del conocimiento.
Lugares del teatro natural, se centra en los espacios donde se representan el mundo y su conocimiento, en especial en la fabricación de escenarios, de espacios públicos para la ciencia, como fueron los gabinetes de curiosidades, embrión de los actuales museos.
En el tramo final, Escrituras y lecturas, se explora la relación entre ciencia y literatura, tanto la literatura utópica como científica o las novelas de viajes. A través de la letra impresa, los viajes y la descripción de la tierra se convierten en una mercancía más, en un objeto de consumo y de comercio.
Por las páginas de este trabajo desfilan viajeros y aventureros como Quirós, Malaspina, Cook, Humboldt o Saint Pierre y personajes de ficción desde Odiseo a Robinson Crusoe. El autor, especialista en Historia de la Ciencia, aplica sus conocimientos sobre historiografía comparada y pone en relación el éxito de la liiteratura de viajes en el siglo XVIII con la eclosión de la filosofía moderna, el empirismo y el afán de racionalismo, sin olvidar otros fenomenos como la necesidad de la política expansiva de las metrópolis o el desarrollo de la cartografía.
Particularmente sugerentes son las páginas dedicadas a la dimensión social del conocimiento, al considerar que todo saber es un hecho público: las cosas son verdad cuando se cuentan y es en esa comunicación donde las cosas adquieren veracidad.
Margarita Sánchez