Anagrama. Barcelona (1994). 398 págs. 2.375 ptas.
Patrick Chamoiseau nació en Martinica en 1953. Esta novela, galardonada con el premio Goncourt de 1992, supone la brillante maduración de un oficio de escritor que ya destacó en títulos como El gran Solibo y Crónica de las siete miserias. Cuando vuelve de París a Martinica en 1986, se sumerge en el mundo marginal antillano. Recorre los barrios de chabolas y conversa largamente con los moradores de esos urbanismos caóticos que acosan a las ciudades coloniales. El autor señala que ahí han sido las mujeres las abanderadas de la lucha por la dignidad y por mantener su identidad y lengua.
La protagonista de la novela es Marie-Sophie Laborieux, cuya voz guía al lector en los últimos dos siglos de la historia de la Martinica, desde «los antepasados esclavos en plantaciones hasta los tiempos de fibrocemento y hormigón». Ella, que ha heredado la secreta misión de conquistar un espacio vital para una comunidad y un pueblo (pero que simboliza a cualquier barrio marginal del Tercer Mundo), deberá relatar al urbanista enviado por las autoridades toda esta trayectoria de afanes que las excavadoras amenazan con truncar: «De repente, había comprendido que era yo, alrededor de aquella mesa y de un pobre ron añejo, con la única arma de la persuasión de mi palabra, quien libraría sola, -a mi edad-, la decisiva batalla por la supervivencia de Texaco».
Se desata así una novela que el propio autor reconoce compleja y opaca en ocasiones. Causa sorpresa ya la curiosa segmentación en capítulos («Anunciación», «Tiempos de hormigón», «Resurrección»…). La prosa tiene una enorme potencia, que viene dada por la síntesis de sueños y frustraciones, por las convergencias entre lo individual y lo comunitario, y por el mestizaje cultural, manifestado en lo lingüístico por la mezcla de francés y criollo. La viveza de esta lengua, que perdura aún en la traducción, es patente en la importancia del nombre, en el modo en que se adhiere a la realidad básica, a la tierra, a lo carnal incluso, en el denso simbolismo primitivo.
El estilo parece hundir sus raíces en el anonimato de la Naturaleza. La obra es una ambicioso retrato de un mundo y una cultura en la que los personajes, sin referencias morales claras, crean códigos éticos que a veces pueden resultarnos extraños.
José Félix Tamayo