Eduardo Laporte (Pamplona, 1979) lleva años de labor literaria, entre diarios, novelas, columnas, reportajes, entrevistas y publicaciones en redes sociales. Es una labor que impregna su forma de afrontar y juzgar la vida, trazando una carrera coherente pero en evolución, como demuestra Tiempo ordinario, que reúne sus anotaciones personales recogidas entre 2017 y 2020.
“Se acaba el año biográfico y siento que defraudo al género del diario. Que no señalo aspectos que alteran, configuran, mi estado anímico”. Con esta consideración, una de las que en el libro dedica a descifrar qué es o debe ser un diario, Laporte aporta una clave para comprender el tono y la mirada de su obra. Porque, en efecto, sus diarios no son una construcción de legos en la que se acumulan los hechos como cascotes ordenados, sino un lienzo en el que refleja el impacto en su interior de sucesos que a veces ni se nombran. Pensamientos, reflexiones, emociones sobre sucesos nimios, casi siempre personales, que buscan trascender, “jirones de algo quizá valioso”. Como si en lugar de ver la obra de teatro desde la platea, la contemplásemos desde el forillo, acompañando al personaje una vez que ha abandonado la escena.
Quienes hayan leído sus anteriores entregas diarísticas, encontrarán también aquí apuntes sobre lecturas y autores, sobre el proceso literario –“escribir es intentar ser aprendiz de mago”–, muy pocos al hilo de la actualidad –“si abro este documento es para huir de todo eso”–, visiones de flâneur en Madrid y Pamplona (no hay relato de viajes exóticos, si acaso las consecuencias en su espíritu), los posos que le dejan las conversaciones con amigos y conocidos… Laporte huye de la excepcionalidad, también en su prosa, que es sobria, fluida y elegante, alquitarada, como el mismo libro, en el que se intuye la poda de textos y anotaciones durante el proceso de edición. “La escritura como reducción de Pedro Ximénez”.
Y, sin embargo, hay una particularidad en Tiempo ordinario respecto a Postales del náufrago digital (2008, Las tres sorores) y Diarios (2015-2016) (2018, Pamiela). Un deseo de trascendencia contenido, a veces melancólico, estoico, en ocasiones asociado al rito religioso. Es el suyo un querer creer que quizá sea análogo a su aspiración literaria. “Uno se sienta a escribir para sentirse escritor y en ese acto repetido de intentar saberse escritor hay alguna probabilidad de que, en efecto, se sea escritor, al menos por un rato”. Considera que “el pan verdadero sería un buen título para este diario”, pero dice mucho de él y de su obra que se decante por Tiempo ordinario, “un periodo de felicidad tranquila, mesetaria, en la que aflora el silencio y por lo tanto la vida”.