Las novelas policiacas de Fred Vargas (seudónimo de Fréderique Audoin-Ruozeau, París, 1957) son siempre cultas y suelen incluir una deriva histórica en la trama. En esta ocasión, se entremezclan dos historias: la que sugiere su título, ocurrida en Islandia, y otra que se remonta a la revolución francesa, en el círculo de Robespierre.
En esta insólita mezcla de ingredientes radica la originalidad y peculiaridad de esta escritora: introduce a los lectores en un asunto histórico muy bien documentado, sin interpretaciones gratuitas, que tiene repercusión en un hecho actual. Los asesinatos que van apareciendo, comenzando por el de Alice Gauthier, una profesora de matemáticas de sesenta y seis años, desconciertan a todos, porque nos encontramos con un criminal listo e imprevisible.
Merece la pena detenerse en los personajes de esta novela, sobre todo en el protagonista, el comisario Adamsberg, del que es difícil sustraerse por su humanidad, su manera peculiar de encontrar enfoques –propios de una mente rica y compleja– y por su manera de tratar y comprender a las personas. Estamos ante un personaje redondo, bien estudiado, sin estridencias dentro de su singularidad. Lo mismo ocurre con el resto del personal de la comisaría parisina a la que pertenece Adamsberg, todos ellos convincentes.
La autora sabe utilizar los recursos narrativos, crea sugerentes ambientes y mantiene el tempo novelesco con fuerza, sin caer en estereotipados desasosiegos. Los casos policiacos de sus novelas, muy leídas y bien valoradas (como El hombre de los círculos azules) son siempre complejos, sutiles, se escapan, pero van tomando forma y acaban por ser compactos y con explicaciones muy reales. Eso sí, en Fred Vargas, como nota muy distintiva, siempre aparece algo fantástico que se sale de lo común, en este caso el jabalí Marc, con su delicado hocico de pato y una fina ironía muy francesa. Fred Vargas es una de las grandes autoras contemporáneas de novela negra.