Todo está hecho con espejos. Cuentos casi completos

Guillermo Cabrera Infante

GÉNERO

Alfaguara. Madrid (1999). 256 págs. 2.400 ptas.

Como en otros volúmenes de Alfaguara (los de Ribeyro, Piñera, Coloane, etc.), la edición de la narrativa breve de este autor servirá para acercar a los lectores a la producción cuentística hispanoamericana. Hay que decir que el título no llama a engaño: son casi todos los cuentos del autor cubano, premio Cervantes de 1998. Es una lástima que falten los ingeniosísimos Exorcismos de esti(l)o, conjunto de microcuentos, chistes, epigramas y anécdotas más o menos apócrifas que pueden figurar entre lo mejor de su producción. Pero, volviendo a los relatos «hechos con espejos», hay que lamentar la irregular calidad de los textos seleccionados por el propio autor.

En ellos se reúne material escrito entre 1952 y 1992, y retocado para esta edición. La diferencia temporal explica quizá las enormes diferencias temáticas, estilísticas y de calidad que hay entre estos relatos. Algunos resultarán ininteligibles por sus alusiones privadas y por estar escritos para los buenos conocedores de la literatura cubana de mediados de siglo. Por cierto, el retrato que de ciertas personas se desprende es, como mínimo, injurioso y nacido de un despecho tal vez explicable pero poco valioso literariamente. Otros levantan el vuelo («Mi personaje inolvidable», «Josefina, atiende a los señores») cuando juega el autor con los recuerdos autobiográficos, más o menos apócrifos. Por último, quedan algunos, los menos, que son sencillamente prescindibles.

Tal vez lo más valioso del conjunto resida en la admirable capacidad de contar sucesos desde muy diferentes estilos. Como en tantos otros libros de Cabrera Infante, brilla a menudo el chisporroteo verbal, la facilidad de palabra, las alusiones eruditas ribeteadas de humor irreverente. Ese desborde puede conducir a experimentos logrados («Delito por bailar el chachachá») o a argumentos banales por lo obsceno («La voz de la tortuga»).

Ciertamente podríamos concluir con que si hay extraordinarios cuentistas que nunca estuvieron dotados para la novela (Borges, Chejov, Ribeyro, etc.), también existen los novelistas de mérito cuya principal virtud no está siempre en la condensación. El autor de Tres tristes tigres puede dar fe de ello.

Javier de Navascués

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