“Empecé a escribir a rachas, a borbotones, queriendo comprender y explicarme a mí mismo lo que nos había sucedido”. Este es el objetivo de este ensayo del académico y escritor Antonio Muñoz Molina (1956), en el que intenta explicar las causas domésticas de la aguda crisis económica, política y social en la que está sumergida España. Hay en toda su obra un latente autobiografismo que le ha llevado a analizar de manera crítica la España contemporánea, bien atendiendo a su infancia y juventud, como en El viento de la Luna (2006), bien describiendo en clave de ficción su evolución personal, como hace en El jinete polaco (1991).
Muñoz Molina describe de manera muy crítica los cambios que se han dado en España en los últimos años, cambios que han puesto en evidencia la escasa salud democrática del país. No es solo que los políticos, empresarios y banqueros hayan falsificado la realidad; desde todas las capas sociales se ha contribuido a la exaltación de una mentira social y económica. En pocos años, España pasó de una dictadura a la democracia sin que en realidad se supiera en qué consistía ser democráticos.
En los primeros años, la fiebre democrática llevó a la transformación de todas las instituciones y a la entronización de los políticos en los centros de poder. Luego, cuando pasó la primera fiebre, llegó el dinero. El dinero cambió los hábitos y modos de actuar de los políticos, ahora poseedores de una fuerza que iba más allá de los valores intangibles. “La ruina en la que nos ahogamos hoy –escribe Muñoz Molina– empezó entonces: cuando la potestad de disponer del dinero público pudo ejercerse sin los mecanismos previos de control de las leyes; y cuando las leyes se hicieron tan elásticas como para no entorpecer el abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio –o simplemente para no ser cumplidas”. Fue entonces cuando “individuos dotados de saberes gaseosos y cualificaciones quiméricas obtenían subsidios millonarios con la finalidad de gestionar la administración de la nada”.
Muchos son los aciertos puntuales de Muñoz Molina en este ensayo, como cuando describe las consecuencias de la utilización de la historia como palanca para el revanchismo, la falta real de hábitos democráticos y tolerantes, el rostro intolerante de cierto nacionalismo, la escasa preparación de una clase política obsesionada con sus privilegios y que casi nunca ha mirado al interés público, el papel servil de muchos medios de comunicación… También censura la absolutización de algunos valores sociales, como “la gran expansión de la fiesta como dádiva populista, como afirmación identitaria, como consagración de lo excepcional sobre lo cotidiano y de la holganza sobre el trabajo”.
En las páginas de Todo lo que era sólido hay muchas referencias y anécdotas personales, que le sirven para ejemplificar algunos de esos defectos. Por ejemplo, habla de su experiencia como empleado en el Ayuntamiento de Granada o cuando fue director en el Instituto Cervantes de Nueva York. Cita también su propia trayectoria política personal como militante en el Partido Comunista y no oculta su sintonía actual con los valores de la izquierda, aunque se sienta desencantado. El peso ideológico de este libro es determinante, pues para el autor la izquierda es la única portadora de los auténticos valores regeneradores que necesita esta sociedad. Si el autor es pesimista es porque esta izquierda no ha sabido estar a la altura de las circunstancias.
Con una sobria prepotencia Muñoz Molina descalifica sin ningún matiz a aquellas instituciones, ideologías o partidos políticos que no asumen sus presupuestos ilustrados y progresistas. El blanco de sus críticas más ácidas es otra vez la Iglesia católica, que sigue siendo el opio del pueblo y el enemigo a batir.
Por ello, considera perniciosa y preocupante cualquier influencia de la Iglesia en la sociedad. Sobre todo en el tema de la enseñanza, Muñoz Molina sigue anclado en un rancio dogmatismo: si una familia elige una escuela no estatal, pierde el derecho a que sus impuestos se utilicen para pagar la educación de sus hijos. Fuera de la escuela pública no hay salvación y todo es privilegio.
El tono desencantado de este ensayo sobre los males de España refleja lo que debería haber hecho la izquierda española y, según el académico, no ha hecho. La decepción del autor es mayúscula porque los valores progresistas han hecho agua.