Ediciones B. Barcelona (1999). 762 págs. 3.200 ptas. Traducción: J.G. López Guix.
Tom Wolfe ha sido y sigue siendo periodista antes que novelista. Sus relatos, dentro de lo que hace ya varias décadas se llamó «nuevo periodismo», no son sino crónicas de actualidad vertidas en moldes novelísticos. En sus libros apenas inventa, pero interpreta, combina y recoloca el mundo real, que contempla con atención y agudeza. Esta fórmula, que le proporcionó el American Book Award en 1979 con Elegidos para la gloria y le consagró en 1987 con La hoguera de las vanidades (ver servicio 147/88), le ha servido ahora de nuevo, con Todo un hombre, para desatar polémicas, despertar gran expectación y mover millones de dólares.
La parte de la sociedad norteamericana que Todo un hombre quiere reflejar tiene como centro geográfico a Atlanta (Georgia), sede de empresas tan características del capitalismo estadounidense como Cola Cola o la CNN. Un rico promotor inmobiliario, blanco, de sesenta años, divorciado y vuelto a casar con una veinteañera, se encuentra en serios apuros financieros. Un joven deportista negro, recién salido de las zonas más deprimidas de la ciudad, ya famoso y en vías de prosperidad, se ve acusado de violación por la hija de un magnate blanco. Un padre de familia, encarcelado por una falta menor, huye de prisión, cambia de nombre y se instala en Atlanta. Estos tres personajes centran la acción de la novela, rodeados de otros secundarios: candidatos a las próximas elecciones municipales, abogados, ejecutivos de banca y demás fauna urbana propia de la cultura occidental. Cada uno de ellos se ve obligado a afrontar las dificultades que la vida le plantea y, sobre todo, a mantener a flote sus propios ánimos. Aunque de distinta forma, los tres se han hecho a sí mismos y han visto cómo todo lo que han construido se deshace de modo súbito y arrasador.
Wolfe ha escrito una novela de decadencias, una denuncia de vacíos, corrupciones, engaños, arribismos y traiciones, manifestación de una sociedad gravemente trastornada. Los personajes tienen muchas cualidades físicas o intelectuales y numerosas habilidades -legales, financieras, estéticas…-, pero casi todos sólo pretenden satisfacer su egoísmo y hundir al prójimo de paso. Este friso social, agitado por una feroz avidez de poder, está bien concebido y hábilmente manejado en toda su considerable extensión. Sin embargo, a la obra le sobran páginas, aumentadas a base de diálogos sobredimensionados en colorismo lingüístico sureño y situaciones demasiado prolongadas. El barroquismo formal desborda la carga crítica del libro, aunque lo haga más comercial, propósito que se advierte también en las abundantes descripciones inmorales que encierra, muchas -pero no todas- de índole sexual.
Detrás de la mezcla de sexo, dólares y política, Wolfe hace un guiño inquietante. Al final, entre tanto materialismo, el hombre sigue necesitando que exista Alguien más grande que él. El pintoresco recluso fugitivo había descubierto la filosofía estoica en la biblioteca de la prisión y convierte a un estoicismo de divulgación al promotor inmobiliario, que acaba intentando emular a Epicteto. El neopaganismo que vive hoy Occidente, parece decir Wolfe, descubre una sed inextinguible de divinidad, para la que tampoco resulta fácil encontrar otra respuesta que un viejo manual, gracias al cual el constructor aprende a asumir su ruina. En el fondo, Wolfe, aunque sea de modo frívolo, señala un cierto camino de esperanza, al indicar que incluso aquellos que parecen más corrompidos por la riqueza son capaces de reaccionar con dignidad si alguien les da razones espirituales para hacerlo.
Pilar de Cecilia