El futuro de la sociedad, en gran medida, depende de la calidad de los profesores. La vida de un docente como Tomás Alvira es un reflejo de por qué la enseñanza puede ser la mejor profesión del mundo. Esta biografía recoge las voces de quienes compartieron fragmentos de su dilatada existencia: hijos, amigos, colegas de profesión y alumnos. Todos coinciden en que fue un verdadero “maestro de maestros”: discreto, trabajador, sensible, de una profunda humanidad y con un corazón enorme. “Don Tomás, cuando entraba en el aula, de la puerta a la mesa, había mirado a cada uno a los ojos”, cuenta una alumna.
Marido leal y enamorado, padre de nueve hijos, pedagogo, doctor en Química, catedrático de instituto, investigador del CSIC, directivo de colegios, consejero nacional de educación, uno de los fundadores de Fomento Centros de enseñanza y director de su escuela de profesorado… en todas sus actividades, Alvira conjugó siempre la pasión por la familia y por la educación, cimentando ambas en una fe sincera, sencilla y profunda.
Alfredo Méndiz, historiador, se detiene en los momentos más relevantes de su biografía. Relata anécdotas singulares o momentos importantes, como la Guerra Civil, cuando Alvira mostró su valentía al ayudar a su hermana Pilar, novicia, o cruzó los Pirineos junto a san Josemaría Escrivá de Balaguer y otros. El encuentro con Escrivá fue decisivo para el descubrimiento de su vocación al Opus Dei. Al finalizar la guerra, pudo casarse con Paquita Domínguez, su compañera hasta el final de su vida.
“Educar es ayudar a crecer”, decía con frecuencia. Uno de los proyectos en los que se embarcó y ofreció su apoyo desde el inicio fue la puesta en marcha de colegios de inspiración cristiana (Fomento), en los que se priorizara el protagonismo de los padres en la educación, el valor de la tutoría personalizada y la importancia del profesor como pieza clave del engranaje educativo. Como se pone de manifiesto en estas páginas, Alvira formó a muchas generaciones de docentes y constituye un claro referente pedagógico.
