En el epílogo a esta novela, su autor cuenta que para escribirla charló con muchas personas relacionadas con su tema: los chicos de países centroamericanos que atraviesan todo México subiéndose a trenes que los conducen a la frontera con Estados Unidos, y gente de distinto tipo que, por distintos motivos, se relacionan con ellos.
Los protagonistas son un grupo de chicos que se conocen en la frontera entre Guatemala y México y deciden viajar juntos para intentar llegar a la frontera con Estados Unidos. Son Fernando, el mayor y el guía, pues ha intentado el viaje y el paso algunas veces; una chica disfrazada de chico llamada Jaz; Miguel, el narrador, que tiene catorce años; Emilio, un chico indígena; y Ángel, un chico más pequeño que todos los demás. El relato va contando sus pasados, sus orígenes, los motivos que tienen para el viaje y a quién van a buscar en Estados Unidos, mientras van sucediéndose los incidentes: deben evitar a los empleados del tren, a la policía y a los funcionarios de la migra (patrulla fronteriza); tienen también que procurar escabullirse de quienes les quieren robar el dinero que llevan, incluido, en una ocasión, el cártel de los Zetas…
Todo se cuenta bien y se sigue con interés. Al lector le queda claro el mundo tan difícil en el que viven quienes se embarcan en un viaje así, y no es necesario saber mucho del tema para entender que las cosas son, incluso, mucho peores. En ambos sentidos, como relato emocionante y como información que vale la pena conocer, es una buena lectura.
Los defectos que tiene se derivan de su condición de novela juvenil: algunos mensajes se refuerzan y el modo de dar la información es artificial, aunque sea eficaz. En relación a lo primero, un ejemplo es cuando el narrador se pregunta cosas como “¿de dónde saca la gente el derecho a llamarme extranjero? ¿Por no ser de aquí, debería volver al lugar de dónde vengo? ¿Por qué razón puede decir alguien que un país es suyo?”. Respecto a lo segundo, está un poco forzado el personaje de Fernando, el medio para dar toda clase de advertencias y aclaraciones.
Aunque suavizados, no faltan escenas de crueldad e incluso, al final del trayecto, se apuntan situaciones de perversión. No abundan, pero hay, momentos de alivio: en Tapachula les protege de la policía el párroco de una iglesia en la que entran, un personaje inspirado en un sacerdote que regenta un albergue para emigrantes, a quien cita el autor en su epílogo.