Rialp. Madrid (2006). 170 págs. 12 €.
La historia de la Iglesia enseña que los fenómenos espirituales nuevos tardan en ser comprendidos. Muchas veces sus contemporáneos intentan entenderlos aplicándoles esquemas con los que están familiarizados, pero que no responden a esta realidad nueva. Algo de eso ha sucedido con el Opus Dei. Explicar en qué consiste su novedad dentro del espíritu de la época es lo que pretende este estudio del sacerdote suizo Martín Rhonheimer, profesor de Ética y Filosofia política en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, miembro de la prelatura del Opus Dei.
Los dos primeros capítulos tratan sobre los rasgos espirituales fundamentales del Opus Dei: el amor al mundo y la santidad en la vida corriente. Desde el Vaticano II se reconoce que también los fieles laicos están llamados a buscar la plenitud de la vida cristiana en medio del mundo, un ideal que cuando el fundador del Opus Dei comenzó a difundirlo a partir de 1928 estaba fuera de las ideas comunes en la Iglesia. Todavía hoy, la pretensión de buscar la santidad a través del trabajo profesional y del cumplimiento de los deberes familiares y sociales, suena extraña para quienes conciben la existencia cristiana como algo meramente espiritualista o, por el contrario, para quienes consideran intolerable que las convicciones religiosas influyan en la vida pública.
Particular interés tiene el capítulo tercero, en el que Rhonheimer se pregunta si la «nueva evangelización» que se propone la Iglesia católica -y el Opus Dei como una parte de ella- es una actitud fundamentalista o si resulta compatible con el desarrollo del pluralismo en el seno de nuestra sociedad. Para Rhonheimer, son fundamentalistas las actitudes que no distinguen entre el nivel político y el religioso, y pretenden que el Estado implante íntegramente en las leyes las exigencias de la verdad, en vez de velar solo por los factores indispensables para una convivencia ordenada y justa de los hombres.
Frente al reto de la cultura islámica que lleva a un integrismo político-religioso, Rhonheimer mantiene que debemos defender las raíces cristianas de la secularidad moderna, unas raíces que en ocasiones los propios cristianos no han reconocido como tales. Llegar al pleno reconocimiento de esas raíces ha sido un largo proceso que expone en el libro.
Dentro de este contexto, el espíritu del Opus Dei representa un elemento de estímulo de la «secularidad cristiana», en el seno de una sociedad en la que se respeten las exigencias mutuas de la verdad y de la libertad. Su objetivo es que la verdad redentora de Cristo vaya enriqueciendo espiritualmente la sociedad humana, no mediante la fuerza de la coacción del poder estatal, sino a través de la coherencia de vida de los cristianos que actúan con libertad y responsabilidad personal.
El cuarto capítulo se plantea las relaciones entre la protección de los derechos de libertad de las personas y el llamado «derecho a la verdad», con un recorrido histórico-teológico. Frente a los que ven el Opus Dei como una institución favorable a una especie de restauración tradicional, Rhonheimer hace ver que el espíritu del Opus Dei va en la dirección contraria, dentro de la doctrina del Vaticano II sobre la libertad religiosa y la secularidad del Estado. Pero, precisamente por eso, algunas tesis del autor pueden sorprender a mentes más tradicionales.
Juan Domínguez