Alfaguara. Madrid (2006). 376 págs. 19,50 €.
«Tú me conviertes en un personaje de telenovela», dice Ricardo Somocurcio, el protagonista de esta novela, la última de Mario Vargas Llosa, a la niña mala, su apasionado amor intermitente pero constante a lo largo de su vida. Ricardo conoce a la niña mala -a la que se designa con ese apodo- en el Perú de los años cincuenta, en plena adolescencia, aunque ella desapare de pronto sin dejar rastro. Vuelven a encontrarse en París en la década de los sesenta, cuando Ricardo trabaja de manera ocasional para la Unesco como traductor. La niña mala está de paso en París antes de trasladarse a Cuba para recibir adiestramiento como guerrillera del MIR peruano. Entre los dos, ahora sí, comienza una intermitente y ardiente historia de amor traspasada de erotismo, uno de los habituales temas en la narrativa de Vargas Llosa.
Pero nuevamente vuelve a desaparecer, presa de sus no ocultas ambiciones. «Travesuras de la niña mala» es la descripción de unas inesperadas fugas y unos apasionados y problemáticos reencuentros, que tienen lugar en París, Londres, Tokio y Madrid.
Además de contarnos una desquiciada y tórrida historia de amor no correspondido, a Vargas Llosa le interesa también describir el ambiente social y político de las ciudades y las décadas que recorren los dos insatisfechos protagonistas. Así, en la novela hay una interesante radiografía de la vida del Perú de las décadas de los cincuenta a los noventa; también se habla de la moda de los movimientos revolucionarios que se dio especialmente en Francia en los sesenta, después del triunfo de la revolución cubana. A partir de finales de los sesenta, el interés pasa a Londres, ciudad que se convirtió en el centro de la moda europea y mundial y de la cultura «hippie», con su esplendor y posterior degeneración. La última parte transcurre en Madrid, en el barrio de Lavapiés, un abigarrado microcosmos multicultural un tanto idealizado por el autor.
Lo más auténtico de la novela es el retrato de Ricardo, noble, trabajador, buena persona, un poco ingenuo, sin grandes ambiciones, siempre dispuesto a perdonar con tal de vivir al lado de la imprevisible niña mala. Los apuntes sociales que abultan la novela son más interesantes cuando se refieren a Perú. También se incluyen varias tramas secundarias -la de Arquímedes, el padre de la niña mala; o Yilal, el niño coreano adoptado por sus vecinos parisinos- que distraen el interés de la novela, sin que se entienda muy bien su relación con el argumento principal. Incluye también un prescindible homenaje al editor Mario Muchnik, que debería haber tenido lugar en otro sitio. Como historia de amor, el argumento tiende hacia la telenovela: la obsesiva pasión sentimental y sexual que siente Ricardo resulta extravagante, lo mismo que el caprichoso comportamiento de la niña mala, una mujer fatal que más parece un invento literario que alguien de carne y hueso.
Adolfo Torrecilla