Primera parte de la décima novela de este escritor madrileño, un título nominal y enigmático para un texto sobre la comunicación, la incertidumbre y el presentimiento. La trama principal de la novela es breve e incompleta, a falta de una anunciada segunda parte. Se cuenta en primera persona desde el momento actual, con diálogos y recuerdos del protagonista durante un fin de semana. Jacques Deza (narrador en Todas las almas) vuelve a Londres y es reclutado para formar parte de un grupo que trabaja para el Servicio de Inteligencia. El equipo lo forman cinco personas que tienen el don de conocer a fondo a los demás, son intérpretes de vidas, traductores de personas, anticipadores de historias. Todos los individuos llevan sus probabilidades en el interior, sólo hay que saber descubrir hoy sus rostros de mañana, quiénes serán leales y quiénes nos traicionarán. Las personas, por lo general, prefieren no saber, se conforman con una visión superficial de la realidad y de los demás que conduce a un estado de desorientación e incertidumbre. Hay sorpresas que podríamos evitar. Algunos tienen el don de llegar al fondo de las cosas y de las personas, están dispuestos a ver, son capaces de anticipar, presentir.
Hay en Fiebre y lanza historias de guerra y muerte y, sobre ese cañamazo, una vez más, los temas que conforman el relativismo escéptico de Marías: la palabra y el conocimiento de la realidad, la delación y el secreto, el azar y la tiranía del tiempo. Lo nuevo en Tu rostro mañana es la cuestión del presentimiento como vía de conocimiento de los demás. Como otras veces, los personajes parecen ser sólo vehículos que transmiten las obsesiones intelectuales del autor, y nunca del todo sujetos de las consecuencias de esas inquietudes. Otra vez, Marías es más escritor de tipos que de personajes.
El estilo, culto y preciso, fluye con naturalidad y elegancia. Emplea un registro no coloquial y abundancia de frases subordinadas, pero se aprecia un esfuerzo por aligerar la dificultad. Otros elementos: la introducción de claves, ecos y motivos recurrentes que se repiten a lo largo de todo el libro, la presencia de personajes y situaciones que ya han aparecido en otras de sus obras, la sombra explícita de Shakespeare o la figura del mirón de vidas ajenas por ventana interpuesta.
Las cuestiones que se plantea Marías son interesantes y, aunque complejas, están bien explicadas, sobre todo para quien esté familiarizado con sus novelas anteriores. En sus divagaciones hay penetración psicológica y agudeza sociológica. El relato de la creación de ese original grupo de trabajo capta sin duda la atención del lector, como lo logran las breves historias que enriquecen la trama principal; la prolijidad y multiplicación de enredos laterales no impiden que la fábula, por entero rendida a la indagación intelectual, se siga con tensión. Ahora bien, y sin olvidar que se espera una segunda parte, el texto no termina de redondearse como novela. Tampoco es que eso sea en modo alguno necesario, y desde luego no es algo que sorprenda al lector reincidente en Marías, quien siempre se ha manifestado muy libre frente a las convenciones de género.